AMAZONIA
El ser humano tiene que
recibir una gran lección para que su soberbia, vanidad, egoísmo y
falta de respeto hacia la vida reciban el premio que se merecen.
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Estoy
siguiendo, a través de Canal +, unos documentales sobre la Amazonia que
se presentan como "La última llamada", titular que nos sitúa
ya de entrada en la urgencia de tomar conciencia sobre lo que está
sucediendo en aquellas tierras y que tan nefastas consecuencias puede
traer para el planeta entero.
Los documentales, una perfecta combinación de belleza, drama y denuncia,
resaltan, por una parte, la maravillosa pluralidad de la vida, la infinita
variedad y riqueza de ésta y de su capacidad de multiplicarse, de
sobrevivir y de mutar sobre sí misma, y por otra la cara más egoísta,
interesada, ignorante y absurda del ser humano, incapaz de convivir y
aprender de la naturaleza, dejándose sólo guiar por su instinto
depredador carente de la más mínima inteligencia y lógica.
Y, de rebote, los gobiernos, abiertos siempre a la corrupción, cerrando
los ojos a la crudeza y al drama de los indígenas, marionetas en manos de
las multinacionales, del capital extranjero que acaba en sus cuentas
bancarias y que nunca llega a los verdaderos afectados.
La Amazonia hoy es el reflejo, el espejo en el que se mira el "hombre
blanco" para verse tal y como es, artífice de un modo de vida
carente de todo sentido y con una mentalidad de "dios
destructor" que convierte en tragedia todo lo que toca, con un total
desprecio a la vida y a todo lo que siga un orden natural.
Contrasta de forma casi brutal, en estos documentales, la pureza de los
indígenas de aquellas tierras, consecuencia de su compromiso y su
identificación con la naturaleza, parte integrante de un todo que tiene a
la madre tierra como exponente del equilibrio y de la armonía, con la
mano desequilibrante de la "civilización", que primero con la
presencia de los "evangelizadores" y luego con la invasión
interesada de los buscadores de riqueza fácil, ha trastornado y puesto en
peligro la existencia de animales, vegetales y humanos, como si de una
apisonadora fría e insensible se tratara. Y todo ello con el
consentimiento hipócrita de los gobiernos.
Las multinacionales farmacéuticas arrasan buscando plantas curativas y
robando a los indígenas sus secretos.
Los oportunistas y avispados mercaderes sin escrúpulos, hacen su agosto
sacando crías de animales de todo tipo para venderlas como mascotas o
disecadas, que lucen muy bien en los salones de los terratenientes.
Los jeques de la soja arrasan extensiones enormes de selva para plantar
dicho vegetal, hundiendo en la miseria a los indígenas que se ven
privados de sus tierras y de sus zonas de caza y pesca. A cambio les dan
whisky y enfermedades que ellos desconocen y que hacen estragos.
Las industrias madereras están convirtiendo la selva en una planicie
donde la deforestación alcanza niveles ya irrecuperables, alterando el
equilibrio climático y ocasionando daños en otras partes del mundo.
Después de cada documental, uno siente vergüenza de la especie humana,
uno se pregunta por qué todo eso ocurre sin que nadie lo detenga, y la
conclusión es que el ser humano tiene que recibir una gran lección para
que su soberbia, vanidad, egoísmo y falta de respeto hacia la vida
reciban el premio que se merecen.
Pero cuando la imagen de los indígenas desplazados, perdidos,
desorientados ante la avalancha de las hordas "civilizadas" se
plasma ante los ojos de los espectadores, cuando la mirada asustada de un
niño te cala dentro, entonces te preguntas si tardará mucho en llegar
esa lección para que la Justicia Superior ponga las cosas de nuevo en su
sitio.
El drama de la Amazonia tal vez represente la última llamada para el
sentido común de todos, para una humanidad que perdió el rumbo y la
dignidad. / MC
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