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COMIENZA LA ODISEA
Ya se
distinguen en nuestros cielos las señales que anuncian el futuro que ya
es presente. Los primeros pasos ya han sido dados, y el hombre de este
planeta, fiel a su destino, y cumplidor inconsciente de lo establecido, se
acerca a su inevitable encuentro con el más grandioso acontecimiento que
haya sucedido nunca, acontecimiento que ya ha sido anunciado, pero que la
superficialidad del ser humano ha convertido en pura ficción, cuando en
realidad es tan auténtico, es tan verdad, que su luz ciega los ojos más
espirituales y deslumbra y confunde los más materialistas.
El hombre de este planeta, en su ignorancia, se considera una realidad
aislada, incluso única en el Cosmos. Pero su existencia es la
consecuencia de la semilla plantada en los orígenes por seres
inteligentes, superiores, artífices de un vasto plan que no ha hecho más
que comenzar y que no involucra sólo al planeta tierra, sino también al
sistema solar y a toda la galaxia.
Este plan ha ido realizándose en diferentes etapas o fases, y tiene como
epicentro al hombre, a su diseño como criatura específica, dotada de
unas cualidades muy concretas que deben germinar y florecer para
transformarle en un Dios.
Pero para ello el hombre-Dios debe atravesar todos los estados evolutivos,
debe conocerlo todo, vivirlo todo, aprender las consecuencias del bien y
del mal, sufrir los efectos de su propio egoísmo y ver cómo se derrumban
sus becerros de oro levantados a espaldas de su Dios creador.
Todo lo que el hombre vivió y vive hasta ahora es la consecuencia de
su preparación para dar el gran salto, para elevarse por encima de la
materia y su apego y penetrar en otras dimensiones donde la verdadera
imagen del plan superior se vislumbra sin sombras ni falsas
interpretaciones, sin intermediarios que distorsionen la verdad para su
propio provecho, sin nada más que la verdad, pura y sencilla.
Y ahora, la puerta de un nuevo milenio se abre para mostrarnos lo que es y
lo que no es, la imagen de la promesa anunciada, de la visión plasmada
por las mentes designadas para transmitirnos el futuro, y, en contraste,
la imagen del hombre viejo, destruyéndose a sí mismo y a su entorno,
confundido y agotado en medio de la vorágine creada por su propio
egoísmo y por su odio incontrolado.
La imagen del futuro se vislumbra en los cielos, la imagen del pasado nos
rodea en la tierra, en una vieja tierra cansada de sufrir los maltratos
del hombre.
La imagen del futuro nos anuncia un nuevo cielo y una nueva tierra, que ya
se están preparando para albergar una nueva raza, resultado de la
transformación de la actual por la acción de los cuatro Elementos
combinados.
Y en medio de todo ello una nueva Mente va a nacer, una Mente poderosa
que será la principal característica del nuevo hombre-Dios y la herencia
por excelencia recibida del Creador, del Uno, de Aquel que soñó un
futuro diferente y que se embarcó en la más grandiosa aventura existente
para llevarlo a la realidad, a la manifestación.
Y así, entramos en el nuevo milenio con la luz en los cielos para los que
sepan ver en las señales lo anunciado, para los que crean, para los que
hayan dejado que el amor germine en sus corazones, porque el verdadero
amor limpia y purifica la mente y la hace receptiva a la visión, a la
verdad.
Y así, entramos en el nuevo milenio con la oscuridad en la tierra para
que los falsos, los hipócritas, los que se alimentan de lo ajeno, los
impostores, los que se nutren de lo oscuro, reciban multiplicado por mil
lo que han sembrado, hasta que digan basta, hasta que se ahoguen en su
propia sangre, en su propio miedo, en su propio dolor.
Porque la Justicia Superior es inexorable y a la vez que se abre la puerta
del futuro, de la esperanza, se cierra la del pasado, la del dolor.
Y el hombre nuevo renacerá de lo viejo y vivirá en una nueva Tierra bajo
un nuevo cielo.
Así será porque así está dispuesto en la Mente del Uno. ∆
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