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INMIGRANTES: LA AVALANCHA QUE NO CESA

INMIGRANTES: LA AVALANCHA QUE NO CESA

 Si se alimenta la exclusión, España, como el resto de Europa, se convertirá en un polvorín sembrado de conflictos sociales.

Antes eran un goteo durante todo el año que se acentuaba en verano. Ahora mismo son un flujo constante todos los meses, que se hace avalancha al llegar la temporada alta. Al Gobierno le gustaría que los inmigrantes dejasen de una vez de aporrear en nuestra puerta, no sea que nos despierten y nos muestren una cara poco agradable de la realidad.

Como estaba claro que esta marea humana no iba a remitir, sino sólo a crecer, el Gobierno vio la necesidad de establecer un marco legal que aclarase la situación de los inmigrantes en España. Por eso se sacó de la manga una Ley de Extranjería que consiste, curiosamente, no en regular al extranjero, sino en ignorarle. Es decir, el extranjero, si no cumple una larga lista de requisitos, sencillamente no existe, con lo cual no supone ningún problema. Eso es lo que el Gobierno se empeña en hacernos creer a todos, que hay que actuar como si no perteneciesen a este mundo. Al menos no al que nosotros vivimos. Es como si esos botes salvavidas abarrotados de personas fuesen una realidad aparte en un universo paralelo, aunque convivan codo con codo con los turistas que estos días se tuestan al sol del sur. Aunque pisen las mismas playas y se sumerjan en el mismo mar, viven en planetas distintos.
Pero ¿a quién le importa? El Gobierno se desentiende de la tragedia humana y responde sólo con más control policial. No hay visión de futuro. No hay previsión de las consecuencias de esa política. Y no hablamos de la deuda contraída con los países que hoy son subdesarrollados o en vías de desarrollo, ni acudimos a nuestro pasado de pueblo emigrante. Sólo echando mano del sentido común no se entiende esta actitud, más preocupada por criminalizar que por buscar vías para la integración. La situación es todavía más absurda si tenemos en cuenta que encima los necesitamos. Empresarios de muchos sectores no dejan de quejarse de que falta mano de obra. Además de que nuestro índice de natalidad está por los suelos. Tan grave es que el mismo Fraga tuvo que salir hace poco al balcón de la plaza del Obradoiro a pedir a las gallegas que por favor produzcan más niños. Así estamos.
Por estas y otras razones, la política española para la inmigración es un completo fracaso. Es tan pueril como aquella iniciativa del señor Fernández Miranda, ese hombre tan original y tan oportuno en sus declaraciones, que quería organizar la inmigración como si fuese un parvulario, enviando a la gente a casa para hacerles repetir el viaje como dios manda, en fila de a uno y con papeles.
Las consecuencias todo esto serán nefastas en un futuro cercano. De hecho, recientemente han visto que era imperiosa la necesidad de abrir un poco la mano y permitir la regularización de algunos: aquellos que lleven tres años en el mercado laboral o que estén bien encarrilados para conseguir un puesto de trabajo. Digamos que no es un gesto de buena voluntad: es que no quedaba más remedio ante lo absurdo de la situación. El gobierno, que todo lo aprovecha para darse coba, habla de "flexibilidad humanitaria". A la gente corriente nos da la risa, porque todos nos damos cuenta de que la situación es bien distinta: o damos un giro o esto nos explotará en las manos.
Estamos perdiendo un tiempo valiosísimo para encarrilar un fenómeno que no va a dar marcha atrás, porque las polémicas que aquí se generan no dejan de ser cotilleos de salón ante la realidad de todas las personas que están ahora mismo buscando un agujero para colarse en el "mundo desarrollado", jugándoselo todo a una carta, empeñados hasta las cejas para pagarse el derecho a una oportunidad, una plaza en una patera, y puestas sus vidas en las manos de las mafias ilegales. Todo para poder jugar una sola vez a la lotería.
Hay un cambio inminente en nuestra sociedad, un cambio que ya es irreversible y que será más o menos conflictivos en función de cómo se conduzca el proceso. Si se favorece la integración, si se buscan fórmulas para la convivencia, estaremos sembrando una sociedad enriquecida y multicultural. Por el contrario, si se alimenta la exclusión, España, como el resto de Europa, se convertirá en un polvorín sembrado de conflictos sociales. De hecho, ya está sucediendo. Y sólo es el principio de lo que nos espera a la vuelta de la esquina./ C.F.

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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