Dice Jon Cortina que para
hablar de Jesús hay que mojarse. A Dios rogando y con el mazo dando. Por
eso este sacerdote, vinculado a la Teología de la Liberación, no apea
las palabras verdad y justicia. Se ha propuesto resolver un capítulo
oscuro de la guerra en El Salvador: los niños desaparecidos.
"Después
de una guerra tan larga en el Salvador, con tanto derramamiento de sangre,
no llega una paz que merezca la pena. Parece sangre malgastada."
"Las
víctimas tienen derecho a una reparación moral y material. Lo material
va a ser muy difícil, pero al menos que se les pida perdón."
"El
primer contacto con estos niños puede ser difícil porque les han dicho
que están vivos por la generosidad del ejército, que les salvó en el
campo de batalla"
"La
impunidad sigue ahí. Parte de nuestro trabajo es acabar con ella."
"Tenemos
que decir la verdad, sin ver a quién le va a molestar."
Foto: Ayuda en Acción
"No
creo que Jesús andara cuidando a quién le decía una cosa y a quién
otra."
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El
Salvador, noviembre de 1989. La guerrilla del FMLN asedia la capital
salvadoreña. En plena ofensiva, un escuadrón militar asesina a seis
sacerdotes jesuitas vinculados a la Teología de la Liberación. En la
lista de víctimas aparece uno de los fundadores de la Universidad
Centroamericana: Jon Cortina, un cura de origen vasco, ingeniero y
profesor en la universidad.
Su nombre en la lista fue un error. Cortina estaba aquel día en
Chalatenango, la aldea donde vivía durante gran parte de la semana. Una
aldea en zona de conflicto que Cortina no abandonó después de la
matanza. No fue él pero pudo serlo: de haber estado en la Universidad, le
habrían disparado. Quizá el destino le salvó la vida para encontrarse,
años después, con una herida abierta en la memoria colectiva del pueblo.
Cuando la Comisión de la Verdad -creada para investigar las
violaciones de los derechos humanos durante la guerra salvadoreña-
publicó su informe en 1993, pasó de puntillas sobre un tema del que Jon
Cortina había oído hablar: el secuestro de niños por parte del
ejército. Más de quinientos niños desaparecidos que no se mencionan en
ese informe. Así que, argumentando el derecho a la verdad y la justicia,
Cortina se puso en marcha. No estaba completamente solo: había otra
persona y una moto.
Desde entonces han recuperado a casi doscientos niños perdidos, el equipo
ha crecido hasta quince personas y ha llegado el reconocimiento.
Recientemente, Cortina ha estado en España recogiendo el Premio Memorial
por la Paz "Josep Vidal y Llecha".
-¿Qué significan los premios para usted?
-Éste tiene un significado especial, porque una entidad
internacional reconoce aquello por lo que luchamos, aunque muchas veces en
el país no se reconozca. Tiene una pequeña retribución económica y el
dinero se necesita para trabajar y pagar un salario a las personas que
trabajan. Pero creo que es más importante el reconocimiento, porque puede
hacer que algunos políticos cambien sus ideas.
-¿Cuándo empezó a buscar a estos niños?
-La idea surge cuando llega la Comisión de la Verdad,
formada por Naciones Unidas para estudiar las violaciones de los derechos
humanos durante la guerra. Tres mujeres presentan una denuncia acusando al
ejército de haberles robado a punta de pistola a sus hijos e hijas
pequeñas. En primer lugar, la Comisión de la Verdad se queda
asustada, y en segundo lugar no tiene tiempo de estudiar la situación.
Dos personas que trabajábamos en derechos humanos decidimos hacerlo,
porque sabíamos que en aquel operativo militar habían desaparecido por
lo menos 52 niños. Así empezamos. Ahora tenemos 571 solicitudes de
búsqueda y se han resuelto 188.
-¿Con qué apoyos cuentan?
-No recibimos ninguna ayuda económica por parte del Estado. Nos
interesa la colaboración de las Fuerzas Armadas, que son los que tienen
datos, pero no hemos recibido ningún apoyo de ellos.
-¿Cuál es la posición de la Iglesia?
-Tenemos apoyo dentro de las comunidades de base. La gente
sencilla, los que han sufrido la represión y la guerra, ésos están de
acuerdo. A nivel de jerarquía se ha empezado a aceptar un poco más. Un
obispo nos ha apoyado desde el principio, pero respecto a otros, cuando
fuimos a contarles lo que hacemos y por qué, escucharon como un tronco de
árbol, sin decir absolutamente nada. "¿Cómo salieron los
niños?", fue la única pregunta que hizo uno. "Pues mire, en
avión", le respondí.
-Se ha dicho que este trabajo hurga en las heridas. Esos niños ya
se han incorporado a una unidad familiar y se encuentran con que tienen
otros padres. ¿Cómo se trata algo tan delicado?
-Nosotros no pedimos al menor encontrado que vuelva con su familia
biológica, ellos deben decidir dónde quieren vivir, cómo, con quién y
por qué. Estos jóvenes tienen derecho a saber quiénes son, a conocer su
identidad porque han vivido con ella alterada. Ese derecho se les ha
negado. Los padres también tienen derecho a saber cómo está su hijo, y
la sociedad entera tiene derecho a la verdad que ha sido negada, cambiada
y falsificada. Queremos que la verdad aparezca, contribuir a la memoria
histórica. Las víctimas tienen derecho a una reparación que ya se
pidió a la Comisión de la Verdad y no se ha dado, una reparación
moral y material. Lo material va a ser muy difícil, pero al menos que les
pidan perdón a las víctimas y les devuelvan la dignidad robada.
-¿Cuántos jóvenes vuelven con sus familias?
-Hay dos grupos, los que están en El Salvador y los que viven
fuera, que es un número ligeramente más alto. Los hemos encontrado en
nueve países: Francia, Italia, Holanda, EEUU, Guatemala, Honduras... Es
más fácil que los que están en El Salvador tengan relación con sus
familias, porque aunque ellos ya hayan hecho su vida, muchas veces se
visitan. Sobre todo en aquellos que viven fuera, el primer contacto puede
ser difícil, porque en los orfanatos les han dicho que están vivos por
la generosidad del ejército, que los encontró medio muertos en el campo
de batalla y los salvó. Una de las primeras cosas que los niños
preguntan a su madre es: "Mamá, ¿usted por qué me dejó
abandonado?", y la mamá le tiene que explicar. Cuando, a través de
los grupos de terapia familiar, estos jóvenes empiezan a ver que no les
abandonaron, que les han buscado, cambia la actitud. Con los que están
fuera es mucho más difícil mantener una relación, pero procuramos que
existan cartas desde las familias de El Salvador a sus hijos, y hay
respuestas de los hijos.
-¿Cuál es la reacción de los padres?
-Dicen frases como: "Cuando vi a mi hijo me parecía que
estaba en una nube". Me acuerdo que se le dijo a una señora:
"¿Cuál es la mejor noticia que le pueden dar?" y ella
respondió: "Que tengo carta de mi hijo" y se le contestó:
"No, su hijo está en San Salvador, va a venir pasado mañana".
Tartamudeaba, decía que era el momento más feliz de su vida.
-¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
-Ha habido momentos difíciles pero tirar la toalla, no. Si los
fondos no dan para poder trabajar quince personas, pues trabajaremos
nueve. Pero seguiremos.
-Usted escapó de la masacre perpetrada contra sus compañeros
jesuitas. Supongo que esto le hizo luchar con más fuerza.
-Lo que uno va viendo es como las injusticias aparecen por todas
partes, en el caso de mis hermanos jesuitas esto es clarísimo. Y en estos
casos de violación de los derechos humanos también aparece la impunidad
por parte de los que han cometido esta serie de tropelías, impunidad que
sigue ahí sin que se haga nada. Parte de nuestro trabajo es acabar con
ella.
-¿Siente alguna responsabilidad por haberse salvado?
-Yo no estaba en aquel momento, fue una casualidad y en ese
sentido no siento ninguna responsabilidad. Siento una especie de
impotencia por no poder hacer nada para que haya verdadera justicia; y
también desencanto, porque después de una guerra tan larga, con tanto
derramamiento de sangre, no llega una paz que merezca la pena. Parece
sangre malgastada.
-En este momento, en El Salvador está muriendo más gente que
durante la guerra. ¿Cuál es la razón?
-Hay una violencia muy grande en delitos comunes, aunque uno no
sabe exactamente si son comunes o aparecen como tal. Creo que los escuadrones
de la muerte no van a actuar ahora de la misma manera en que lo
hicieron, pero no sería extraño que algunos de esos delitos comunes
tuvieran aspectos políticos.
-¿Qué influencia ha tenido en su vida la Teología de la
Liberación?
-Formalmente, no la he estudiado nunca. Leí los documentos de
Medellín, que son como la base de la Teología de la Liberación y,
viviendo con tanta necesidad, aquello parecía evidente. Después parece
que a las jerarquías les ha dado miedo dar voz a los pobres. Me gustaría
que quien ataca la Teología de la Liberación viviese esas injusticias,
con hambre y persecuciones, a ver qué tiene que decir. Es muy fácil
desde Roma condenar situaciones que no se viven ni de lejos.
-¿Cuál es su responsabilidad como representante de la Iglesia en
este país de conflictos?
-Lo más importante es acompañar a la gente, nunca podremos
hablar si no estamos con ellos. Y una vez con ellos nuestro trabajo tiene
que ser dar esperanza, aliento. Sería de un paternalismo absurdo decirles
lo que tienen que hacer. Acompañé a la gente viviendo en la zona de
guerra después de que mataran a los jesuitas, y ahora sigo estando con
ellos, aunque solamente sea de viernes a domingo.
-¿Ahora su labor está centrada en la Asociación?
-Y en la Universidad. Soy ingeniero y vivo de las clases que doy.
Así trabajo en la Asociación, donde me puedo permitir la libertad de no
percibir nada, y lógicamente trabajo también con los campesinos.
-¿De qué forma se puede dar el mensaje evangélico en estas
situaciones?
-Simplemente diciendo la verdad que está en el evangelio, sin ver
a quién le va a molestar. Yo creo que tenemos que ser sencillos y
fuertes. ¿Y a quién le duele? ¿Al poder establecido? Lo siento mucho,
no creo que Jesús andara cuidando a quién le decía una cosa y a quién
otra, creo que él dijo lo que tenía que decir a quien tenía que
decirlo. Así debe ser.
-La democracia no ha sido suficiente para acabar con la pobreza en
Centroamérica. ¿Qué hace falta?
-Habría que ver si una verdadera democracia sería suficiente. Lo
que ocurre es que no la tenemos, se piensa que democracia es poner un
papel en una urna en unas elecciones y yo creo que hay algo más. ¿Qué
más? Por lo menos una justicia igual para todos, que se respeten los
derechos de los grupos y las colectividades, y otras cosas que no se
están dando. No creo que con una verdadera democracia se pudieran
resolver todos los problemas, pero algunos sí.
-Usted no cree en el olvido como camino para la paz y defiende la
lucha por la verdad y la justicia. ¿Qué camino debe seguir esa lucha?
-Yo diría que no va a tener una concreción muy clara, va a ser un
conjunto de acciones. La lucha por la verdad es darla a conocer, es
tremendamente importante porque ella nos llevará a la justicia. Hay que
contar los hechos como han ocurrido, sin darle ningún matiz político.
Hoy en día se dice: "esto políticamente no me conviene",
"no existe voluntad política de hacer esto", y cuando hablamos
de cosas tan serias como la vida y la desaparición forzada de seres
humanos no podemos hablar de decisiones políticas sino de decisiones
éticas. Por desgracia, política y ética militan en bandos opuestos, y
la mayor parte de las veces no coinciden. ∆
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