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MIEDO A LA VERDAD
El
hombre tiene miedo a la Verdad. Por eso la enmascara, por eso la tapa bajo
absurdas filosofías que ponen en duda su existencia, por eso le da la
espalda y la intenta sustituir con dogmas simples, carentes de fuerza, de
sentido y de la más elemental de las lógicas.
El hombre se separó de su Origen, como consecuencia se sintió limitado,
impotente. Entonces sintió miedo, un miedo brutal que le atenazó la
mente, que le transmitió una inmensa sensación de soledad, de vacío.
Para sustituir lo que había perdido se inventó "dioses", metas
materiales, sensaciones de poder.
Su existencia es una constante búsqueda de sí mismo, de su parte
perdida. Pero en la búsqueda se encuentra con una condición inapelable,
la renuncia, la renuncia a todo lo falso inventado, a todos los
"dioses" creados, a todo el apego de la materia, a todos los
sueños de poder ficticio, al egoísmo, a la mentira.
Se encuentra con una puerta infranqueable que sólo puede cruzar si mira
de frente a la Verdad y se sumerge en ella como el niño que se duerme en
los brazos de su madre, confiado, sin condiciones.
Pero la Verdad es luminosa y oscura, es fuego y agua, es torbellino y
remanso.
La Verdad es dura como el acero y frágil como el cristal, es
aparentemente contradictoria para probar al caminante, para que éste
demuestre que por encima de todo desea probar su sabor y perderse en sus
remolinos de vida y muerte. Pero el hombre tiene miedo a ese vértigo y
prefiere la "cómoda" sensación que aporta la mentira
consentida, porque la mentira mantiene al hombre subido en el pedestal de
su hipocresía, creyéndose poderoso, sabio, inteligente, dueño de sí
mismo y de todo lo que le rodea.
Y de vez en cuando se dice a sí mismo... "¿Qué es la Verdad?
¿Existe la Verdad? Nadie conoce la Verdad". Y con ello justifica su
miedo, fortalece sus excusas, se aferra más y más a sus mentiras.
Pero la respuesta a esas preguntas existe. Está escondida tras el fuego,
disimulada por el agua, es conducida por el aire y protegida por la
tierra.
Está en el Origen y volverá a estar en el fin. Por ello sólo la
encontrará quien mire hacia el origen recordando y camine hacia el fin
sin detenerse a contemplar el camino. Porque el camino está lleno de
trampas, de ilusiones, de barreras creadas para probar la resistencia del
caminante, su decisión, su fuerza.
Pero en el fin, como premio, como trofeo, se encuentra la Verdad, y la
Verdad está relacionada con la capacidad de ver, no con los ojos sino con
la mente. Como si de una película se tratara, donde la última escena
desentraña todo el secreto y da contenido y sentido a toda la historia.
Pero para ello hay que llegar al final.
Así es la vida del hombre, de esa criatura llamada hombre que un día
perdió el rumbo y se quedó en cualquiera de los muchos recodos del
camino, creyendo que ya había llegado o que el camino no conducía a
ningún sitio.
Pero la puerta final sigue esperando ser abierta para conducir al
caminante al reino de la Verdad, donde la magia de la mente da forma a lo
inconcebible y transforma lo oscuro en luminoso y lo increíble en
cotidiano.
Sólo hay que vencer el miedo, sólo hay que desterrar los falsos temores,
sólo hay que desnudarse y quedarse dormido en brazos del sueño, porque
el sueño encierra los secretos para recorrer el camino.
La Verdad existe y espera por los valientes.
Y el miedo es la gran barrera, el miedo que nació con la separatividad,
que se fortaleció con la limitación y que mantiene al hombre prisionero
de la gran mentira.
Y el miedo se vence con el Amor y el Amor conduce hacia la Verdad. ∆
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