Nos es permitido elegir y
decidir constantemente, tanto, que no podemos sino convenir que vivimos en
libertad y que nuestra libertad se circunscribe a la posibilidad de
mercadear libremente. Estúpido, pero efectivo. |
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ESTUPIDAMENTE LIBRES
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Soy
estúpidamente libre, y me alegro de saberlo, porque con ello desenmascaro
en mí la estúpida idea de libertad que me inculcaron, y que yo mismo y
por pura comodidad acuñé. Una libertad que es como una vacuna que te
administran al comienzo de un sistema democrático y te pone a salvo de
todos los virus, bacterias y parásitos antidemocráticos habidos y por
haber. Y que a su vez, satisface y da respuesta a todos tus afanes
sociales y dudas existenciales. ¡Olé!, ¡olé! y ¡olé!, y eso yo
solito. Bueno, solito, solito no, de la mano de esos que han andado más
que finos a la hora de arrearnos al redil. Porque ya se sabe, al menos en
estas lides sociales y políticas sí, que colmado el deseo nos queda
sólo la gratitud, acaso el amor, y cuando peor, pese a ser lo más
habitual, la perruna fidelidad y el desafuero del fanatismo. Casos de
estos los hay a millares, yo diría sin temor a equivocarme, que todos y
cada uno de nosotros somos un particular caso de estúpida libertad
andante. Y ojo, porque es endémico, contagioso, y triste, sobre todo
triste, cuando no trágico. Y es que hay que ver la de injusticias,
sufrimientos y abusos que acaso hemos infligido y justificado en nombre de
esta estúpida libertad. La libertad de la que hablo va en nuestra boca
como el látigo en la mano del carretero, siempre amenazante, siempre
dispuesto a caer sin piedad sobre la espalda del que se aparta o
desentiende de la línea de tiro y marcha.
La estúpida libertad de que tanto nos vanagloriamos no es sino la
cadena que encadena las estupideces que nos atan y asfixia en el más
amplio y profundo de los sentidos, el íntimo y el colectivo, es decir,
espiritual o psíquico y social.
La libertad nace en la capacidad de elección y se hace patente y
perfecciona en la de decisión, es por tanto, mucho más que la
posibilidad de elegir, el deber de decidir, pues es por último la
decisión quien la define y agota, como le ocurre por otro lado y dentro
de la más estricta lógica a cualquier idea, que halla en la forma su
universo particular y su particular forma de nacer y morir.
Pero sería aún más estúpido que esta estúpida libertad de la que
disfrutamos, el pensar que la verdadera libertad reside sólo en elegir y
decidir dentro de este comerciar crónico que nos aqueja, y este desvarío
continuo de la lógica política y diplomática que no sirve sino para ir
desplegando espacios de continuo desentendimiento. Pero si bien es cierto
que la libertad es algo más íntimo y profundo, algo que nos define y
distingue como individuos, no sería justo negar que a la hora de la
verdad y como motor del pensar y, por tanto, del pensamiento que es, no
tiene para bien o para mal otro ámbito de aplicación práctica y
efectiva que el de la vida social, pues es en ella donde el ser humano se
desarrolla y evoluciona como tal. Y es que no hay otra, por ello nuestra
supervivencia y desarrollo pasa invariablemente por la capacidad que
tengamos de organizarnos socialmente. Somos lo que somos, una pequeña
mota de polvo, y lo somos, no por designio divino, sino por pura lógica
cósmica, nunca una parte puede ser el todo. Ese todo que absurda e
innecesariamente añoramos, sin detenernos a pensar que la magia de la
vida no reside en nosotros sino en los otros, pues sin ellos no tenemos
sentido de ser ni acaso razón de estar. Pero la idea de ser dioses nos
atrae, y lo hace porque la hemos conectado directamente con la máxima de
nuestra ambición, el ser sobre todas las cosas, el dominio absoluto, la
supremacía de lo nuestro sobre lo de los demás. Todo cuanto nos rodea
está lógicamente hecho a nuestra imagen y semejanza, también dios, y
también la libertad, y es por ello estúpido intentar equipararla con la
plural voluntad del cosmos, de la que nunca entenderemos sino hasta allí
donde seamos capaces de alcanzar.
Puesto en claro el hecho de que la libertad es el más valioso
instrumento de construcción social de que disponemos, por ser motor del
pensamiento, tenemos la obligación de exigirnos, y el personal e
intransferible compromiso de luchar por ella durante las veinticuatro
horas del día de todos los días de nuestra vida. Porque es ello lo que
nos va a hacer verdaderamente libres, y dará de verdad vida a la
libertad, pues sólo así completa ella su ciclo existencial, es decir,
amplia posibilidad de elección y firme compromiso de decisión. Hoy por
hoy, tenemos más que nunca la sensación de que elegimos, y tal vez sea
así. Y nos pasamos el día eligiendo y hasta decidiendo, pero sobre qué
y para qué. Sobre cuestiones que poco o nada tienen que ver con la
construcción social, sino con sus más abyectos vicios y desviaciones.
Porque este elegir bastardo que se nos ofrece como campo de operación
para nuestra libertad, no es producto de la casualidad, sino que está
perfectamente planificado. Es decir, nos es permitido elegir y decidir
constantemente, tanto, que no podemos sino convenir que vivimos en
libertad y que nuestra libertad se circunscribe a la posibilidad de
mercadear libremente. Estúpido, pero efectivo, y es que como dije en un
principio, una vez colmado el deseo queda sólo la gratitud y demás
vicios y tristes apegos con los que vamos consolidando un universo de
dioses sobre todas las cosas, esas mismas cosas sobre las que luego
nosotros, elegimos y decidimos en un alarde de estúpida libertad. ∆ |