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EL ARBOL DEL BUHO

 

 

 

 

De vez en cuando tenía un "arrebato" de esos que nos dan a todas las mujeres y empezaba a soñar con una vida distinta, una vida propia en la que hubiera aventura, emoción, y una razón para sonreír.

 

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CUENTO INDIO XVIII:

SONRISA FUERTE
POR ELENA G. GOMEZ

Todas las personas vivimos en algún momento de nuestra vida algo que nos marca y condiciona. No me refiero a las pequeñas cosas cotidianas, aunque éstas también tengan su importancia, sino a aquello que te deja huella, que te marca. Normalmente son situaciones que no nos son agradables, lo cual ya nos debería hacer reflexionar, porque estamos acostumbrados a vivir buscando lo fácil, lo cómodo, lo superficial y resulta que, cuando la vida nos trae algo difícil e inesperado, somos capaces de sacar de lo más profundo de nosotros mismos cosas que jamás hubiéramos imaginado.
Yo era lo que se puede considerar una mujer normal. Educada en una familia de clase media y no muy estricta en sus normas morales ni religiosas. Sabía, porque así me lo habían enseñado, lo que se esperaba de mí y así fui organizando mi vida. Me casé, tuve una hija y mi matrimonio era, como todos los demás, normal, es decir, acomodado, con una buena imagen en el exterior, (jamás habíamos discutido ni nos habíamos peleado), y ni pizca de romanticismo ni emoción porque eso, ya se sabe, sólo sucede en el cine.

De vez en cuando tenía un "arrebato" de esos que nos dan a todas las mujeres y empezaba a soñar con una vida distinta, una vida propia en la que hubiera aventura, emoción, y una razón para sonreír. Al final lograba controlarlo y volver a la normalidad, es decir, al vacío, a la nada.
Pero en lo más profundo de mi interior había una voz que me gritaba, que me decía que me ahogaba, que necesitaba algo distinto, algo que no encontraría jamás si no luchaba por ello. Un día llegó a mis manos una oferta de un viaje a una reserva india. Nada más tenerla entre las manos me puse a temblar. No era lo que decía ni las maravillas que proponía, para mí era la respuesta a un S.O.S. que había lanzado a las estrellas, al cosmos y que sólo yo conocía.
Con muchas dificultades, y no económicas precisamente, conseguí mi objetivo. Fui sola porque este viaje necesitaba hacerlo libre de responsabilidades y obligaciones y sin nadie que me dijera qué tenía que hacer o cómo tenía que comportarme.
Los primeros días en la reserva fueron muy superficiales, el guía nos llevaba de un sitio a otro mostrándonos cómo vivían los indios, sus casas, sus ritos, sus costumbres, pero aquello era todo artificial, prefabricado para contentar las pupilas del hombre blanco.
Los días pasaban y cada vez me encontraba más incómoda, yo necesitaba algo distinto, algo que sacudiera mi vida, no había hecho este viaje para ver bailes y escuchar leyendas. Así que una mañana, cuando todo el grupo se preparaba para visitar las montañas sagradas, fingí encontrarme mal y me quedé sola en el albergue que teníamos preparado dentro de la reserva. El grupo marchó en el autocar, yo esperé un tiempo prudente y salí al exterior.

Por primera vez en todos esos días me sentí cómoda. Caminé muy despacio entre los indios, jugué con los niños, vi cómo las mujeres preparaban la comida y respiré la sencillez, la alegría y la paz que emanaban sus vidas.
Caminaba sin dirección definida, libre, dejándome guiar por una mano suave que me llevaba hacia mi destino, hacia mi futuro. Llegué cerca de una cabaña que estaba sola. Allí, como ya nos habían dicho el primer día cuando visitábamos la reserva, vivía la bruja de la tribu.
Me quedé a unos diez pasos delante de la puerta, inmóvil, ausente, una joven se acercó a mí y me preguntó qué quería, y le contesté que quería conocer a la bruja.
Entonces la joven me preguntó para qué quería verla, y yo le empecé a hablar de mi, de la soledad y del vacío de mi vida.
Mientras me escuchaba empezó a dibujar en el suelo con un palo, al principio eran simples líneas y círculos que no me decían nada, pero después de un tiempo empezaron a formarse figuras, caras que yo conocía, la de mi madre, la de mi marido, la de mi hija, y al final mi propia cara. Me quedé muda, ¿cómo podía aquella mujer conocer sus rasgos con tal perfección? Ella sin levantar los ojos del suelo empezó a decirme:

"La vida de toda persona tiene un antes y un después. Esto que yo he dibujado es tu antes, tu vida, los seres que te acompañan y forman parte de ti. Tú no eres tú, eres la mezcla de ellos, de tu sociedad, cultura, tradiciones y temores. La vida del hombre blanco sólo mira para el antes pero tú vienes aquí a buscar el después, el futuro, tu sueño.
Pero para entrar en tu futuro debes olvidarte del antes y comenzar una nueva vida en la que aprendas a escuchar tu voz. Debes encontrar a la mujer que vive en ti, a la mujer que siempre silenciaste, a la que no tiene miedo a disfrutar, a dejar libres sus sentimientos, a manifestar sin esquemas su amor.
La mujer que busca su belleza dentro y que no necesita del hombre para sentirse mujer.
La mujer valiente capaz de enfrentarse con sus propias mentiras.
Hay una mujer dentro de ti, una que es capaz de saltarse todas las normas, de pactar con sus deseos más íntimos, con sus sueños más locos, que sabe que dentro de ella hay un volcán con una fuerza tan poderosa que si lo libera nadie nunca más la podrá dominar".
La joven india levantó los ojos y me miró, miró dentro de mi alma, de mi necesidad. Su mirada era de fuego. Entonces comprendí que ella era la bruja, la mujer sagrada, la que conocía los secretos ocultos que la mujer guarda en su interior. Era bella y salvaje, dulce e inocente, fuerte y sensible. Y sus brazos me rodearon y me hicieron llegar a otra dimensión.
Entonces supe que ya nunca volvería a vivir como antes, que se abría un camino nuevo ante mí y que yo quería descubrirlo. ∆

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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