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Dani rodeado de niños en un poblado indio, sin nombre.

A RAS DE TIERRA
El Viaje de los Tres Océanos

Texto: Marta Iglesias. Fotos: D.Landa / A.Fdez.

En un bar de carretera, camino de un concierto, Daniel Landa y Alberto Fernández tuvieron una idea surgida a la luz de una cerveza. Sobre la mesa desplegaron un mapa, "el mejor alimento de los sueños", y descubrieron que era posible llegar por tierra hasta Pekín. Puesto que el mundo se alquila a los valientes, se pusieron manos a la obra: propusieron participar a Pedro Martínez, ajustaron la ruta hasta Singapur y consiguieron patrocinadores. El 4 de septiembre del pasado año su sueño comenzó a materializarse en Autilla del Pino (Palencia). Aquí se inició un viaje en coche que les llevó a través de 22 países y tres océanos, recorriendo 22.000 kilómetros en 110 días. El pasado 21 de diciembre apagaron el motor en Singapur.

Este era un viaje de trabajo -aclara rápidamente Daniel Landa-, un viaje periodístico en el que Alberto ponía las palabras y Pedro y yo las imágenes. Pero evidentemente también tenía dosis de aventura". Iban buscando historias, y vaya si las encontraron: personas desconocidas que les sacaron de apuros, comidas exóticas (la cocina española y la tailandesa, las mejores), guerras, golpes de estado, encuentro en Nepal con un equipo de Al Filo de lo Imposible... Y para celebrar el paso de cada frontera y vencer la morriña, una canción-antídoto: el Cocinero, Cocinero de Antonio Molina.

-¿Por qué elegir un coche como medio de transporte?
D.L.- El coche tiene todas las ventajas para un viajero. Y hay que distinguir el hecho de ser viajero con el hecho de ser turista. Los turistas que viajan en avión se pierden en el trayecto muchísimas cosas, y con un coche puedes verlo todo, moverte por donde quieras, pararte, ir eligiendo en cada puntito del camino dónde te quieres meter. Cuando te venden un paquete turístico vas a ver una cosa que tampoco desmerece nada, como el Taj Mahal, pero si vas allí en coche tres kilómetros después ves toda esa pobreza, que también es interesante. Es bueno ir por la tierra para empaparte mejor de lo que vaya surgiendo.

Alberto, en Rangún (capital de Birmania), junto a un joven monje budista. Birmania es el país de las sonrisas, como puede verse.

-¿Viajar humaniza?
D.L.- Naturalmente, porque viajar es conocer gente y cuando te enriqueces con el contacto humano acabas humanizándote. Viajando recibes lecciones de vida continuamente, sobre todo de la gente asiática, que es muy hospitalaria. El hecho de ir intercambiando culturas, de ir intercambiando conocimiento, te hace comprender y relativizar de donde vienes porque "el conocimiento humaniza".

-¿Existen los "ángeles", personas que aparecen en el camino según las vais necesitando?
D.L.- Sí, son "ángeles" porque cuando hay un problema insuperable -que se corta la carretera, que nadie te entiende, que te quieren timar, que pasas hambre a veces...- no sé porqué siempre hay alguien que te saca del apuro. Y te puedo dar nombres y apellidos: Dan Ispash, un rumano que se desvió de su ruta durante 400 kilómetros para llevarnos hasta Moldavia, o Slavan, un ruso que nos hizo de traductor en Rusia, en la ciudad de Krasnodar. Esta persona al final se hizo amiga nuestra, nos acompañó a Moscú para conseguirnos el visado para Azerbaiján porque había un problema con el conflicto que hay ahora en Chechenia y en Georgia, nos enseñó la ciudad y encima nos ofreció su casa, nos invitó a vodka, nos hizo regalos... Sin esa persona seguramente el viaje hubiese acabado. Surge de verdad gente admirable, que por lo general tiene más dificultad que nosotros en salir adelante por la situación económica de esos países y que sin embargo se abren de una manera que te lleva a pensar que son "ángeles" que nos han puesto.

Mujeres cargadas con hojas de té pasan junto al coche en una carretera al norte de la India.

-¿Qué tópicos sobre los países que recorristeis podéis romper?
D.L.- El tópico más grande que rompería, y además es algo que me gusta decir porque creo que hay que ser justos, es el de Irán. Irán se ha vendido muchas veces como un país oscuro, donde el Islam lo rige todo y no es verdad. Hacia el Islam hay mucho respeto y una veneración absoluta, pero la gente es lo más abierto que me he encontrado en mi vida. De hecho ahí surgieron otros "ángeles" que vendían alfombras, nos dejaron el teléfono para llamar a casa, nos invitaron a comer, nos enseñaron la ciudad durante cuatro días... y además lo hicieron todo gustosos y desinteresadamente.

-¿Sentisteis peligro en algún momento del viaje?
A.F.- Hay momentos de miedo, pero peligro real sólo tuve una vez en que Dani y Pedro cometieron la imprudencia de meterse a grabar en un puente en Nepal, el típico puente colgante de madera que no daba ninguna seguridad. Luego ha habido momentos, como cuando nos encontramos con todos los tanques en Chechenia o con un golpe de estado en Pakistán, pero es más la emoción de estar allí para contarlo que el miedo que sientes.

Viajando recibes lecciones de vida continuamente, sobre todo de la gente asiática, 
que es muy hospitalaria.

-Según Stevenson, "un mapa es un plano abierto para los sueños", ¿qué crees que impide a un joven de hoy imaginar viajes, dejar la apatía y montarse una aventura como la vuestra?
A.F.- Creo que no es el dinero ni la comodidad, es quizá que viajar se ha convertido en un acto estereotipado, que cuando uno dice viajar lo que hace es ir a una agencia de viajes, comprar un paquete y no salirse de él. Hay que decir ¿yo qué quiero conocer? ¿qué me interesa? Eso es lo que hemos hecho nosotros, y el viaje es mucho más bonito cuando tú eres el encargado de diseñarlo, cuando abres la ruta y empiezas a viajar en el momento que dices ¿dónde voy a ir?, no en el momento en que te subes en el avión y te pierdes mucho de lo que hay en el camino. Hay que viajar pegado a la tierra, ya sea en tren, en bicicleta, en coche, en autobús o a pata, pero hay que viajar así.

De izquierda a derecha, Alberto, Pedro y Dani esperando la llegada de un elefante en la selva nepalí.

-¿Qué experiencia personal os aportó el viaje?
A.F.- Todas las imaginables. Me quedan ganas de seguir conociendo el mundo porque es apasionante, con ganas de transmitir a los que me rodean y todo el que quiera escucharlo que hay que viajar, que te pasan cosas bonitas en cuanto sales de casa. Ésa es la gran experiencia.
D.L.- Creo que viajar te da una dosis de humildad importantísima porque son continuas las lecciones de vida que recibes. Tú pasas casi como observador, pero es imposible porque acabas inmiscuyéndote en la vida de las gentes de esas tierras y siempre aprendes algo nuevo del que menos te lo esperas. Del que está durmiendo en la calle y te da las buenas noches cuando tú vas a tu hotel, que nos pasó. Y te encuentras gente aparentemente pobre pero muy rica de espíritu. Eso te hace ser mucho más humilde y relativizar quién eres tú y los valores humanos.

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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