Este
era un viaje de trabajo -aclara rápidamente Daniel Landa-, un viaje
periodístico en el que Alberto ponía las palabras y Pedro y yo las
imágenes. Pero evidentemente también tenía dosis de aventura".
Iban buscando historias, y vaya si las encontraron: personas desconocidas
que les sacaron de apuros, comidas exóticas (la cocina española y la
tailandesa, las mejores), guerras, golpes de estado, encuentro en Nepal
con un equipo de Al Filo de lo Imposible... Y para celebrar el paso de
cada frontera y vencer la morriña, una canción-antídoto: el Cocinero,
Cocinero de Antonio Molina.
-¿Por qué elegir un coche como medio de
transporte?
D.L.- El coche tiene todas las ventajas para un viajero. Y hay que
distinguir el hecho de ser viajero con el hecho de ser turista. Los
turistas que viajan en avión se pierden en el trayecto muchísimas cosas,
y con un coche puedes verlo todo, moverte por donde quieras, pararte, ir
eligiendo en cada puntito del camino dónde te quieres meter. Cuando te
venden un paquete turístico vas a ver una cosa que tampoco desmerece
nada, como el Taj Mahal, pero si vas allí en coche tres kilómetros
después ves toda esa pobreza, que también es interesante. Es bueno ir
por la tierra para empaparte mejor de lo que vaya surgiendo.
-¿Viajar humaniza?
D.L.- Naturalmente, porque viajar es conocer gente y cuando te
enriqueces con el contacto humano acabas humanizándote. Viajando recibes
lecciones de vida continuamente, sobre todo de la gente asiática, que es
muy hospitalaria. El hecho de ir intercambiando culturas, de ir
intercambiando conocimiento, te hace comprender y relativizar de donde
vienes porque "el conocimiento humaniza".
-¿Existen los "ángeles", personas que
aparecen en el camino según las vais necesitando?
D.L.- Sí, son "ángeles" porque cuando hay un problema
insuperable -que se corta la carretera, que nadie te entiende, que te
quieren timar, que pasas hambre a veces...- no sé porqué siempre hay
alguien que te saca del apuro. Y te puedo dar nombres y apellidos: Dan
Ispash, un rumano que se desvió de su ruta durante 400 kilómetros para
llevarnos hasta Moldavia, o Slavan, un ruso que nos hizo de traductor en
Rusia, en la ciudad de Krasnodar. Esta persona al final se hizo amiga
nuestra, nos acompañó a Moscú para conseguirnos el visado para
Azerbaiján porque había un problema con el conflicto que hay ahora en
Chechenia y en Georgia, nos enseñó la ciudad y encima nos ofreció su
casa, nos invitó a vodka, nos hizo regalos... Sin esa persona seguramente
el viaje hubiese acabado. Surge de verdad gente admirable, que por lo
general tiene más dificultad que nosotros en salir adelante por la
situación económica de esos países y que sin embargo se abren de una
manera que te lleva a pensar que son "ángeles" que nos han
puesto.
-¿Qué tópicos sobre los países que
recorristeis podéis romper?
D.L.- El tópico más grande que rompería, y además es algo que
me gusta decir porque creo que hay que ser justos, es el de Irán. Irán
se ha vendido muchas veces como un país oscuro, donde el Islam lo rige
todo y no es verdad. Hacia el Islam hay mucho respeto y una veneración
absoluta, pero la gente es lo más abierto que me he encontrado en mi
vida. De hecho ahí surgieron otros "ángeles" que vendían
alfombras, nos dejaron el teléfono para llamar a casa, nos invitaron a
comer, nos enseñaron la ciudad durante cuatro días... y además lo
hicieron todo gustosos y desinteresadamente.
-¿Sentisteis peligro en algún momento del viaje?
A.F.- Hay momentos de miedo, pero peligro real sólo tuve una vez
en que Dani y Pedro cometieron la imprudencia de meterse a grabar en un
puente en Nepal, el típico puente colgante de madera que no daba ninguna
seguridad. Luego ha habido momentos, como cuando nos encontramos con todos
los tanques en Chechenia o con un golpe de estado en Pakistán, pero es
más la emoción de estar allí para contarlo que el miedo que sientes.
Viajando
recibes lecciones de vida continuamente, sobre todo de la gente
asiática,
que es muy hospitalaria.
-Según Stevenson, "un mapa es un plano abierto
para los sueños", ¿qué crees que impide a un joven de hoy imaginar
viajes, dejar la apatía y montarse una aventura como la vuestra?
A.F.- Creo que no es el dinero ni la comodidad, es quizá que
viajar se ha convertido en un acto estereotipado, que cuando uno dice
viajar lo que hace es ir a una agencia de viajes, comprar un paquete y no
salirse de él. Hay que decir ¿yo qué quiero conocer? ¿qué me
interesa? Eso es lo que hemos hecho nosotros, y el viaje es mucho más
bonito cuando tú eres el encargado de diseñarlo, cuando abres la ruta y
empiezas a viajar en el momento que dices ¿dónde voy a ir?, no en el
momento en que te subes en el avión y te pierdes mucho de lo que hay en
el camino. Hay que viajar pegado a la tierra, ya sea en tren, en
bicicleta, en coche, en autobús o a pata, pero hay que viajar así.
-¿Qué experiencia personal os aportó el viaje?
A.F.- Todas las imaginables. Me quedan ganas de seguir conociendo
el mundo porque es apasionante, con ganas de transmitir a los que me
rodean y todo el que quiera escucharlo que hay que viajar, que te pasan
cosas bonitas en cuanto sales de casa. Ésa es la gran experiencia.
D.L.- Creo que viajar te da una dosis de humildad importantísima porque
son continuas las lecciones de vida que recibes. Tú pasas casi como
observador, pero es imposible porque acabas inmiscuyéndote en la vida de
las gentes de esas tierras y siempre aprendes algo nuevo del que menos te
lo esperas. Del que está durmiendo en la calle y te da las buenas noches
cuando tú vas a tu hotel, que nos pasó. Y te encuentras gente
aparentemente pobre pero muy rica de espíritu. Eso te hace ser mucho más
humilde y relativizar quién eres tú y los valores humanos. |