El
Ejército está fuera de la lista de prioridades de los españoles.
Así de claro: los jóvenes no quieren saber nada de instrucción
militar.
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DEFENSA SE DESESPERA
El ejército como institución tiene
graves problemas. Ya hace tiempo que venimos comentando el escaso éxito
que tiene entre los jóvenes la idea de alistarse en el ejército
profesional como opción de futuro. La cuenta atrás para el final del
servicio militar, tal y como hasta ahora lo conocíamos, no se detiene, y
el Ministerio de Defensa no encuentra mozos dispuestos a llenar los
cuarteles. Tan desesperados están, viendo que se les echa el tiempo
encima, que la última maniobra que han puesto en marcha es el hazmerreír
nacional: aparte de que ya no piden graduado escolar, han decidido bajar a
70 el cociente intelectual mínimo para acceder al uniforme. Realmente, lo
cierto es que uno no sabe muy bien si reírse o llorar, ante lo que todo
el país ha considerado una insensatez inesperada que refleja el
nerviosismo que domina en los pasillos de Defensa ante un cambio de
mentalidad que ya se ha producido en la calle, y que deja al Ejército
fuera de la lista de prioridades de los españoles. Así de claro: los jóvenes
no quieren saber nada de instrucción militar. Lo demostraron con la
insumisión, con el número creciente de objetores de conciencia y ahora
con la falta de eco social de esta nueva propuesta profesional.
Conviene saber que los individuos de cociente intelectual 70
están situados en lo que se conoce como "límite con la
normalidad". No son deficientes, aunque están en el borde; tampoco
son personas con demasiados recursos. Por debajo de 80 se les considera
individuos potencialmente problemáticos. Pueden desarrollar tareas
elementales y repetitivas que no requieran un aprendizaje demasiado
complejo. Necesitan rutina y tienen muy limitada su capacidad para tomar
decisiones. Dicen los psicólogos de Defensa que con ese perfil encajarían
como un guante en el Ejército. La cuestión es que ante situaciones
imprevistas su reacción es una incógnita. Pueden bloquearse por el estrés
y responder con agresividad. No tienen conciencia de la trascendencia de
sus acciones y cumplen las órdenes sin cuestionárselas.
A pesar de todo eso nos dicen que no hay motivo para sentirse alarmado si
no fuese por una "pequeña" apreciación: los soldados, al menos
en el ejército que conocíamos, suelen llevar armas. ¿Cómo contempla
Defensa esta sutil diferencia que separa al Ejército de cualquier cadena
de montaje? Con tranquilidad, principalmente: las personas menos
inteligentes cumplen más a rajatabla las órdenes. Hay que dar por
supuesto que las órdenes siempre son oportunas y acertadas, cosa que es
mucho suponer. Además, estas personas estarían destinadas a puestos
auxiliares y de apoyo, aunque sí tendrían arma individual. Con lo cual
tendríamos un ejército de "dos velocidades", el de los listos
y el de los menos listos, por decirlo de alguna manera. Al menos aún no
han hecho lo que los británicos, que en su desespero han llegado a hacer
campañas de captación en centros de detención para jóvenes
delincuentes.
Con estos datos, es fácil entender que la población civil
no tenga muy claro si debe sentirse protegida o más bien amenazada por su
propio ejército.
Imaginemos por un momento que todo el dinero que anualmente se dedica a
presupuestos de Defensa, tanto compra de armamento como mantenimiento del
ejército, se dedicase a otros fines. Un ejemplo sobre la marcha: el
Centro de investigaciones Oncológicas, que dirige Mariano Barbacid, va a
fabricar unos biochips necesarios para hacer un diagnóstico exacto y
modernizar el tratamiento individualizado del cáncer de cada paciente.
Quizás por primera vez, en España hay capacidad y medios para una
empresa de este calibre, que por cierto, va a ahorrarnos mucho dinero al
no tener que comprar los carísimos biochips americanos. Esta iniciativa,
que saldrá adelante gracias, entre otras cosas, a la cabezonería del señor
Barbacid, y a la aportación de fondos privados, mejorará la calidad de
vida de muchas personas. A pesar de todo, al gobierno le parece que sólo
merece 700 millones de pesetas, una cantidad ridícula, insultante incluso
para un proyecto de ese calibre, teniendo en cuenta que 700 millones son
migajas comparado con lo que anualmente nuestro país invierte en
"juguetes" para los militares.
Y así, mientras abortamos de cuajo posibilidades de un futuro mejor,
seguimos inventando las mil y una para mantenerle las constantes vitales a
una institución decrépita.
Rompan filas, y hasta otra. /C.F. |