Cuando uno ve por la
tele esas cumbres de jefes de Estado donde todo son sonrisas y
parabienes, y uno mira hacia la realidad del mundo, sólo acude una
palabra a la mente, hipocresía.
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Ya
sabemos que Aznar y los suyos tratan de vendernos la moto del centrismo.
Es una historia copiada de Clinton que parece dar buenos resultados
electorales, tal vez porque la mayoría de los votantes ya no tienen claro
qué es exactamente la derecha y la izquierda, ni mucho menos quiénes
demuestran ser de derechas o de izquierdas.
Y esa franja ancha e indefinida del centro, tiene de bueno, entre otras
cosas, que permite ambigüedades de todo tipo y posturas que a veces rayan
el fascismo pero que son "justificables" desde la lógica y la
dialéctica del centrismo.
Así, por ejemplo, recientemente Aznar recibe al mandatario ruso, Putin,
con honores de jefe de Estado, cosa que aparentemente es, pero que hasta
el más tonto sabe que lo es por el método del pucherazo animado a punta
de fusil o de cañón de tanque.
El gobierno español mantiene una firme actitud contra el terrorismo de
dentro, ETA, pero pasa de largo por la autopista del centrismo el
terrorismo de Putin y los suyos.
Claro que duele más que maten a uno de los nuestros que a cien chechenos,
pero la moral y sus normas deben ser las mismas para todos.
El gobierno español mantuvo y mantiene una actitud ambigua frente al
procesamiento de Pinochet, cuando el mundo entero se sumó a la condena y
la petición de justicia para un asesino amparado por un ejército de
asesinos.
¿Por qué? ¿Intereses comerciales? Si es así, que parece serlo, estamos
supeditando la construcción de un mundo digno para todos por el
mantenimiento de un poderoso supermercado donde, en realidad, se forran
unos pocos y el resto sobrevive como puede.
Y si miramos con atención la historia de esta humanidad, vemos que en el
terreno político nada ha evolucionado. Los mandamases se tapan, se
arropan, se justifican entre ellos, como si de una élite social se
tratara, una casta diferente que está por encima del bien y del mal.
Los pactos entre Estados son más poderosos que las demandas y necesidades
de los pueblos, y cuando un jefe de Estado no sabe o no quiere escuchar la
voz popular, sino que sólo atiende las voces de sus consejeros, entonces
se gobierna a espaldas de aquellos a quienes se les pidió el voto y la
consiguiente confianza.
El caos actual de las ideologías ha influido en el reforzamiento de un
centrismo donde todos buscan refugio, un centrismo que aún nadie definió
porque en realidad es indefinible, todo vale y todos caben.
Y desde esa ambigua posición cualquier postura es defendible, sólo que
choca siempre de frente con los principios básicos de dignidad y
coherencia humana que tan grandes hicieron en el pasado a unos pocos y que
ahora suena a novelas de caballerías, o cuentos de niños, a historia
para los exámenes del instituto. Cuando uno ve por la tele esas cumbres
de jefes de Estado donde todo son sonrisas y parabienes, y uno mira hacia
la realidad del mundo, sólo acude una palabra a la mente, hipocresía.
Y en todo ello los españoles somos las comparsas de los poderosos, de los
que manejan el cotarro, porque el orgullo de salir en la foto es superior
a la valentía y a la honestidad de llamar a las cosas por su nombre, pese
a quien pese.
Pero en realidad no pintamos nada porque el centro no es nada y porque el
resto ya no existe.
¡Qué bajo hemos caído!/ M.C.