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año 2000 ha sido proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como año
Internacional de la Cultura de la Paz. Muchos soñamos con que ese año sea un nuevo
comienzo donde podamos transformar la cultura de la guerra y la violencia en una cultura
de paz.-¿Qué ámbitos abarca la Cátedra Unesco sobre la Paz y Derechos
Humanos?
-La cátedra Unesco se fundó como resultado de un convenio entre la
Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y la Unesco.
Las demás Cátedras que hay en el mundo tienen diversas especialidades: comunicación,
desarrollo, tecnología. Esta Cátedra, dentro del ámbito de paz y Derechos Humanos,
tiene la responsabilidad, otorgada por la UNESCO, de trabajar en el ámbito de la
sensibilización, la investigación y la docencia en prevención de conflictos, desarme y
cultura de paz.
Más recientemente hemos creado una escuela de Cultura de Paz, que va a estrenarse dentro
de unos días.
-En España, varias ONG han lanzado recientemente una campaña en contra de
la proliferación de armas ligeras, y exigiendo al gobierno transparencia y control en las
exportaciones.
-Sí, ésta es una campaña que lideran Amnistía, Greenpeace, Intermon y
Médicos Sin Fronteras. La Cátedra es el servicio técnico de dicha campaña, desde aquí
organizamos la coordinación. Hay también una plataforma de entidades que suman un
millón y medio de socios (ACNUR, UNICEF, Manos Unidas, la Coordinadora de ONG...) que
apoyan y se encargan de difundirla.
-¿Qué pretende esta campaña?
-Mejorar las posibilidades de controlar el flujo mundial de armas ligeras. A
raíz de la sensibilización que produjo la campaña contra las minas, cada vez más
estados toman conciencia de la gravedad de este problema. Calculamos que hay 500 millones
de armas en manos de particulares. Se han dado cuenta de que hay muchos países que han
terminado con el conflicto armado, pero en cambio no han tenido posibilidad de retirar y
destruir las armas que se han ido acumulando, y surgen nuevas expresiones de violencia en
las que se hace uso de estas armas acumuladas.
Por fortuna, tanto Naciones Unidas como muchos Estados, han decidido implicarse y ha
surgido esta campaña internacional, que es la continuación de la campaña de las minas.
Hemos conversado con todos los grupos políticos y parece que es posible llegar, a muy
corto plazo, a un consenso para que España tome medidas como país exportador para frenar
ese descontrol.
-¿Cuáles son los objetivos básicos de la campaña?
-Por un lado conseguir la total transparencia en el comercio, es decir, que
se sepa qué se vende y a qué países. Otro objetivo es responsabilizar al Parlamento
para que impulse una discusión pública y política sobre la pertinencia o inconveniencia
de autorizar determinadas exportaciones. Por último, lograr que España se implique en la
recolección y destrucción de armas en los países que están más afectados.
-¿En qué consiste ese programa de las Naciones Unidas que busca controlar
las armas que quedan en manos de los civiles tras las guerras?
-Esta experiencia se ha realizado en unos veinte países. Se trata de
implicar a las ONG y que los gobiernos europeos introduzcan dentro de su política oficial
de desarrollo unas líneas de actuación para dar asistencia a los países que pongan en
marcha programas de recompra y destrucción de armas.
-¿Qué opina de la facilidad con que se accede a un arma de fuego, por
ejemplo en EE.UU.?
-En EE.UU. hay más pistolas que personas. Los norteamericanos son víctimas
de una cultura de violencia alimentada desde la creación del país, y están recogiendo
las consecuencias de esa actitud tan permisiva para la compra y el uso de las armas. Eso
está agravado además por una cultura en la que los medios de comunicación ensalzan y
glorifican permanentemente el uso de la fuerza, la violencia y la agresión, como forma de
reacción frente a una situación de conflicto. El resultado es que las personas no han
aprendido a resolver los conflictos de forma no violenta y hacen uso de las armas, ya que
las tienen a muy fácil disposición.
-¿Es difícil cambiar esa cultura de la violencia?
-Va a ser muy difícil a medio y largo plazo, pero parece que empieza a haber
una mayor sensibilidad ciudadana sobre la necesidad de cambiar algo que ha sido
histórico, pero que no conduce a ninguna parte más que al aumento de los homicidios. Es
un trabajo muy lento que implica a todas las generaciones, no es solamente para la
infancia, sino también para los adultos. Se tiene que hacer de una manera formal y
también informal, desde la escuela, la familia, el trabajo, las universidades, el mundo
de la política.
Hay que favorecer la comunicación, el diálogo, el saber escuchar. A partir de ahí será
posible entender que la paz es un compromiso para satisfacer las necesidades básicas de
las personas y para garantizar los mínimos de dignidad. Eso implica no solamente terminar
con las guerras, sino sobre todo frenar las espirales de violencia que se producen en la
vida cotidiana. Por tanto, el pacto por la paz es un empeño desde muchos sectores y
necesita esa complicidad de todos.
-¿Hasta dónde queréis llegar y hasta dónde creéis que podréis llegar?
-Esta escuela de Cultura de Paz que ahora ponemos en marcha tiene la
pretensión de ayudar a la formación de unos cuantos centenares de personas jóvenes que
tienen muchas ganas de trabajar en el ámbito de derechos humanos, la prevención de
conflictos, el desarme, la cultura de paz. Vamos a intentar proporcionarles una serie de
conocimientos no solamente teóricos, sino también de prácticas cotidianas. Hemos
preparado unos cursos en los que participarán personas de mucha experiencia práctica en
la resolución de conflictos, para realizar funciones de mediación. Esperamos que las
personas que reciban esta formación puedan contagiar en su entorno esa cultura de paz.
-¿Cuál es su visión del mundo ante el cambio de milenio?
-Hay de todo. Hay señales aparentemente opuestas, contradictorias, algunas muy
esperanzadoras y otras muy destructivas. El diagnóstico puede ser más o menos pesimista,
pero las oportunidades de superar estas situaciones también existen. El cambio está en
función de las personas, de su afán de colaborar con otros colectivos, de ponerse en
contacto con otras gentes. Eso es lo que va a permitir superar muchos obstáculos.
-¿Cree que está cercano el momento en que el hombre respete por fin los
derechos humanos?
-Está muy lejano todavía, pero hay que ver las cosas con cierta perspectiva.
Conviene recordar que hace tan sólo dos siglos que se empezaron a pensar las primeras
normativas, y que hace tan sólo ocho años que se pusieron en marcha los primeros
tribunales internacionales. Tenemos que darnos cuenta de que realmente estamos en una
primera fase. Es una etapa muy larga cuyo objetivo es ir construyendo una comunidad
internacional en donde las personas tengan la convicción de que pertenecen no sólo a una
comunidad local, sino también a una comunidad global. De ahí se derivan unos derechos y
obligaciones que se deben traducir en normas jurídicas y en comportamientos individuales
y sociales. Es un proceso muy largo, pero creo que es posible que hoy en día avance más
rápido que en el pasado gracias a los medios de comunicación.
-El pacto por la paz necesita la complicidad de todos. ¿De qué forma se
puede colaborar?
-Es importante que se reconozca la validez de las pequeñísimas aportaciones. Todo el
mundo puede hacer algo desde su pequeño espacio de influencia, empezando por el respeto
hacia uno mismo e irradiando estos valores en el primer círculo, que es la familia:
cuidando de los hijos, transmitiendo valores con coherencia, haciendo y practicando lo que
pensamos. En segundo lugar hay que trasladar eso al ámbito de la política más
cotidiana, y luego llevarlo a un nivel más internacional, para transformar las
estructuras que generan opresión y marginalidad. El trabajo por la paz se hace a través
de múltiples dimensiones.