| | OBLIGADOS
A CONSUMIR
Texto: Mariló Hidalgo/Elena
F.Vispo
Cada día millones de
ciudadanos compran los mismos productos. Sueñan con el mismo modelo de coche. Deciden
ponerse en manos de Curro para elegir su lugar de vacaciones. Se visten con la misma ropa
y presumen de un nivel de vida, gracias al tan perseguido "estado del
bienestar". Todos tienen la sensación de que están eligiendo libremente. Lo cierto
es que, al final, lo único que el cerebro ha hecho es reaccionar ante una serie de
estímulos infundidos mucho antes. Esta especie de sugestión o atracción fatal, es lo
que nos inclina a todos a consumir en mayor o menor medida. ¡Bienvenidos al mundo de la
sociedad de consumo!
Dentro de este mundo es difícil trazar una línea que separe las necesidades del
individuo de la euforia del consumo irracional. Y no es para menos si tenemos en cuenta
que nos hallamos en una zona privilegiada del planeta que vive contínuamente seducida por
la publicidad. Un mágico mundo que vende valores, modelos de comportamiento; crea deseos
y hábitos que luego, sin ningún problema, podremos satisfacer en el mercado. Consumo es
sinónimo de bienestar, de libertad. Pero el economista Jose Luis Sampedro no está de
acuerdo con esta afirmación: "La gente no debe creerse lo que le dicen los
economistas sobre el mercado -dice Sampedro-. Ellos aseguran que el mercado es libertad, y
eso es falso. Lo que te permite elegir no es el mercado sino el dinero que tú tienes
cuando vas al mercado". Y es que el famoso mensaje de libertad, de poder adquirir y
acumular cada vez más cosas y mejores, es algo que nos persigue desde que somos
pequeños. Nos enseñan a desear, a ser posible, más cosas de las que tuvieron acceso
nuestros padres. En las pasadas Navidades los niños españoles recibieron alrededor de
noventa mil millones de pesetas en juguetes, un 3% más que el año anterior. Lo que
arrasó fueron los videojuegos. El líder indiscutible, las consolas. En total, unos
550.000 millones de pesetas salieron de los bolsillos de los españoles para celebrar las
Navidades más caras y consumistas de toda la historia.
Después de brindar por el año 2000, miles de personas -como es tradicional- formularon
sus deseos para el año entrante. Un buen trabajo, una relación estable, un nuevo coche,
mandar al chico a la Universidad, unas vacaciones en un lugar exótico, redecorar la casa
porque los muebles están anticuados o ver si toca la lotería de "El Niño" y
dejamos de estar apretados a final de mes. Es momento de ilusión. Esto mismo está
ocurriendo en todos los paises del mundo, sólo varían los ingredientes que le añadan en
uno u otro lugar.
El hombre desde que nace, es un
consumidor nato, sólo que antes sólo consumía para poder sobrevivir y además procuraba
que lo adquirido le durase lo más posible. Hoy nadie tiene ya que convencernos de lo
práctico que es el "usar y tirar". Pañuelos, envases de plástico, pilas,
mecheros no recargables, máquinas fotográficas de un sólo uso se acumulan por toneladas
dentro de los contenedores. Un estudio realizado hace años puede servir como orientación
de la cultura de los lo efímero. Los datos señalaban que de una selección de mil
artículos existentes en el mercado en 1950, sólo 470 sobrevivieron cinco años después.
En 1955 se volvieron a elegir otros mil artículos y en 1960 sólo quedaban 300. A partir
de 1970 fue difícil encontrar supervivientes. La tecnología parece superarse a sí misma
y es una perfecta aliada para estos fabricantes que han encontrado una auténtica mina de
oro. Puede ser a través del plástico, pero también con esos otros aparatos que no
podrás arreglar si se te estropean. La avería te puede costar casi como uno nuevo. Si a
esto añadimos la influencia de la denominada "tasa de obsolescencia" que obliga
al cambio del artículo, no por su deterioro sino por la influencia de las modas,
innovación o diseño, nos haremos una idea del imperio de lo efímero que nos rodea y en
el que nos apoyamos tantas veces.
Este movimiento de "usar y tirar" como denuncian los grupos ecologistas, supone
un doble derroche: De fabricación -trabajo y materias primas- y de destrucción -problema
de basuras y contaminación-. Otro toque de atención que nos obliga a ser cada vez más
conscientes de lo que realmente consumimos y qué repercusión tiene ello en nuestro
entorno.
Mientras, en otros lugares del mundo, más de mil millones de personas
no pueden satisfacer sus necesidades básicas, como son el agua potable, atención
sanitaria, alimentos, vivienda y educación. Uno de los grandes líderes políticos y
espirituales de la India, Gandhi, no se cansó de contar al mund que existía riqueza
suficiente para satisfacer las necesidades de todas las personas, pero no para satisfacer
ambiciones desmedidas. El Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, también
apoya esta tesis. "El mundo tiene suficiente comida. Lo que le falta es la voluntad
política para asegurar que toda la gente tenga acceso a esta abundancia, que toda la
gente disfrute de la seguridad alimentaria", explica. Una parte reducida del planeta
consume cada vez más, devorando los recursos, mientras que inmensas zonas del mundo
siguen viviendo en niveles de baja subsistencia."En el último informe que elaboró
el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo -comenta Isel Rivero, directora de N.U.
en España-, el famoso Informe de Desarrollo Humano, se demostraba que se podía erradicar
la pobreza, y en base a ello se realizaron una serie de recomendaciones. Varias ONG
impulsaron estas medidas, entre ellas la Plataforma 0.7% Creo -continúa Isel- que
perfectamente puede abordarse este problema, lo único que hace falta es voluntad
política".
CUANDO
COMPRAR ENGANCHA
La imagen de la maruja
enganchada a la teletienda es de reciente creación. Hay que pensar que no hace
tanto que los españoles funcionábamos con la cartilla de racionamiento en mano. Sin
embargo, en nuestros días casi todo el mundo tiene alguna historia que contar de cómo
llegó de milagro a fin de mes porque no pudo resistirse a comprar tal o cual cosa. Todos
consumimos de diferentes maneras, pero hay veces en que comprar puede convertirse en un
problema.
La adicción al consumo no está considerada como una enfermedad. No está catalogada en
los manuales psicopatológicos ni existen estadísticas que hablen de consumoadictos.
"Pero yo creo que se acabará catalogando", opina Juan Carlos Colao Álvarez,
psicólogo del Grupo SM. "Lo que pasa es que estamos metidos en una sociedad
orientada al consumo, que oculta esta problemática porque tiene buenas consecuencias para
los comerciantes".
Sin embargo, el perfil del adicto al consumo es clónico al de cualquier otro adicto:
personas con un alto grado de ansiedad, con autoestima baja, de carácter impulsivo,
ambiente familiar tenso... Y las razones que le llevan a necesitar el consumo no son muy
diferentes de las que le pueden enganchar a la droga: "Encontrar un canal que a corto
plazo produce expansión frente a la ansiedad o frente a un problema. La persona se
encuentra inquieta y prueba algo que de alguna manera es gratificante. En el caso de las
drogas tiene unos efectos y el en caso de comprar es porque se ven guapos con la ropa,
porque llenan la casa de objetos... En la medida en que esto se va repitiendo va creando
un hábito de escape a su estado de ansiedad".
El tratamiento también sería idéntico a cualquier otra adicción, y
de igual manera la persona suele negarse a reconocer que tiene un problema. Todo el mundo
compra, ¿por qué no iba a hacerlo? Es un argumento difícil de discutir, a no ser que
las consecuencias tomen dimensiones imposibles de ignorar. "Normalmente si la persona
pide ayuda es por exigencia de su pareja o de alguien cercano que se pregunta porqué la
persona tiene cuatro chaquetas iguales, no se las pone, y sigue comprando chaquetas. El
adicto al consumo se caracteriza por reconocer muy mal su problema", afirma Juan
Carlos Colao.
No es un ejemplo exagerado. Un consumoadicto es reconocible porque atesora cosas
que no necesita, y porque compra según el día que tenga; cuanto más tenso esté,
cuantos más problemas tenga, más impulsiva será la compra. En el momento se siente
bien, pero luego llegará la culpabilidad por haber perdido el control. Y ya está
encerrado en el círculo vicioso de toda adicción que se precie: ansiedad, conducta
compulsiva, sentimiento de culpabilidad que genera a su vez ansiedad...
Este tipo de comportamientos puede tener consecuencias graves, ya que "a medio y
largo plazo la persona experimenta un deterioro en todas sus áreas personales. Yo he
tenido pacientes que iban a comprar ropa, pero luego te encuentras con personas
depresivas, con problemas de pareja, con una vida desordenada... esta costumbre lleva a un
deterioro casi integral de la persona". Y eso sin contar las consecuencias
económicas. Un adicto al consumo tiene serios problemas para controlar el dinero y suele
abusar del crédito de su tarjeta. Las deudas se acumulan y la economía se vuelve
precaria, cuando objetivamente no hay un motivo de peso.
Con o sin estadísticas, es difícil reconocer a un adicto antes de
llegar a esos extemos, ya que todos compramos cosas que no necesitamos, Son las reglas del
juego. "El hombre es un animal de consumo y tiene una tendencia a los hábitos. Si a
esto unimos que vivimos unos tiempos estresantes, con un nivel económico aceptable, y que
la estimulación exterior al consumo es durísima, pues es fácil suponer, aún sin tener
cifras, que el problema está más avanzado de lo que suponemos. Concretamente yo he visto
pocos casos, pero sí que estoy viendo, por ejemplo, un incremento tremendo de ludopatía
en los jóvenes, lo que me hace pensar que es fácil que crezca esta necesidad de
consumir, de conseguir cosas; de tener, sin ninguna razón, objetos que nunca se utilicen.
Y todo esto está tapado por una sociedad fundamentalmente orientada al consumo",
opina el doctor Colao.
Como más vale prevenir que curar, muchas organizaciones de consumidores han empezado a
dar instrucciones para el que quiera mantenerse al margen del negocio y busque formar
parte del minoritario club de los que compran sólo lo necesario: haga antes una lista de
la compra, lleve un presupuesto cerrado, use la tarjeta de crédito en ocasiones
contadas... La tentación es fuerte y hay que poner antídotos: el virus del consumo anda
suelto.
CAMBIO
DE MENTALIDAD
Las personas que viven en las
naciones industrializadas consumen el 50% de los alimentos mundiales, aunque sólo
constituyen una cuarta parte de la población del planeta. Y se da la paradoja de que el
resto de los habitantes del planeta deben producir los alimentos que son exportados a
estos países ricos, cuando la mayoría de ellos viven en el umbral de la pobreza. La
relación está demostrada. Cada vez que aumenta el consumo en el mundo occidental,
aumentan las bolsas de pobreza en el resto del planeta. No se trata de un discurso
filósofico, ni de una campaña para recoger fondos para el Tercer Mundo, ni que a partir
de aquí debamos optar por una vida de eremitas. Nos referimos al consumo responsable. A
consumir pensando. Y sobre todo a conocer los hilos que se mueven cada vez que sacamos
dinero de nuestro bolsillo o de nuestra tarjeta y adquirimos un artículo, o muchos.
Hay una tendencia cada vez más generalizada promovida por asociaciones de consumidores y
usuarios, amas de casa, sociólogos, ONG, ecologistas que hablan de la necesidad de un
cambio de mentalidad en el tema del consumo. Esta corriente renovadora recoge una serie de
propuestas que, de ser tomadas en cuenta, podrían introducir importantes cambios en los
comportamientos actuales.
La primera novedad sería introducir el consumo como asignatura
para que forme parte de la educación obligatoria. Queramos o no, el consumo será algo
que va a acompañar al niño a lo largo de su vida. Esto también sería extensible a los
adultos. Es importante que el ciudadano diferencie qué tipo de mensajes recibe. Dónde
termina la información y empieza la persuasión. Qué derechos tiene como consumidor y
cómo puede ejercerlos.
Otra cuestión sería que las asociaciones de consumidores y usuarios ocupasen el
lugar de peso que les corresponde. Son los representantes de un sector social
importantísimo que en estos momentos, y por falta de apoyo, aún están despegando en
nuestro país. Necesitan más socios y más ayuda económica por parte de la
Administración Central.
Ya es hora que alguien se preocupe de la calidad. Y con ello no estamos hablando
sólo del producto, sino de la repercusión de éste en el medio ambiente y de todo lo que
pueda ocasionar en otros lugares del mundo. Esta es tarea de las administraciones, que en
todo momento deberán informar al ciudadano.
Cambiar el orden de los factores. En la actualidad el tiempo libre o de ocio
también se pasa consumiendo. Hay una parte de la industria que sólo opera en este
terreno, ofreciendo contínuamente placeres y diversiones cada vez más programadas. Se
terminan ofreciendo productos homogéneos para un público de lo más variado. Unificar
gustos y opciones conduce a que individuo piense menos y acabe dejando su dinero en los
mismos circuitos. El tiempo de ocio es de cada uno. Esta lleno de opciones, de personas,
de aventuras, de hobbies.
La última sugerencia está relacionada con los medios de comunicación. El
público, cada vez más, pide que estos sean precisamente medios para poder comunicarse:
abiertos a la participación, sin censuras, al alcance de todos. Que desempeñen una labor
de servicio público ofreciendo realmente lo que el ciudadano necesita. Así se podrían
terminar las largas esperas frente al televisor producidas por los anuncios encadenados
que interrumpen nuestro programa favorito.
Ciertamente todo ello nos pondría ante las puertas de un cambio social. No utópico,
porque ya creen en él muchas personas que, aunque en minoría, están trabajando en el
tema.
¿EXISTE
VIDA DESPUÉS DEL CONSUMO?
Aunque parezca mentira, la
respuesta es sí. Si tu televisor viejo aún funciona, seguro que hay alguien que lo
agradece. Si hace años que dejaste de tocar el piano, seguro que hay un estudiante
ansioso por afinarlo. Si tu abrigo favorito del año pasado ha dejado de convencerte,
seguro que hay alguién que se enamorará de él nada más verlo. ¿Y por qué no dejar
que otros disfruten de los libros que tú ya has leído?
El mercado de segunda mano era hasta hace poco el recurso de los desesperados y las clases
sociales más bajas, pero últimamente se ha descubierto como una forma de abastecerse a
bajo precio de productos que no tienen porqué ser malos. La mayoría de las tiendas de
compra-venta hacen pasar a sus productos un estricto control de calidad e incluso
garantizan su funcionamiento, en el caso de electrodomésticos o equipos de fotografía,
ordenadores... El tradicional mercado de los libros y la ropa usada se ha ampliado con una
oferta que no tiene nada que envidiar al material de primera mano. Se está creando una
nueva hornada de consumidores, influidos por el ecologismo y la cultura del reciclaje:
mientras valga, úsalo. Y si encima ahorras, mejor que mejor. Mientras la sociedad de
primera mano compite por ver quién gasta más, los compradores de segunda mano se
enorgullecen enseñando su última ganga. Cuanto más barato, más valor tiene.
Este tipo de mercado llevado a sus últimas consecuencias se convierte en trueque o
intercambio. En algunas comunidades españolas se han puesto en marcha iniciativas en las
que el dinero no cuenta, y sólo vale lo que cada persona tenga que ofrecer. Así, se
pueden cambiar unas clases de inglés por unos masajes; o una nevera vieja por un
televisor usado. Todo con un simple apretón de manos. Aunque sería muy difícil
implantar el sistema a gran escala, para grupos pequeños de personas, funciona.
En el extremo opuesto al despilfarro se sitúa el down-shifting. Este modo de vida
se puso de moda hace pocos años, cuando ejecutivos y empresarios americanos sorprendían
a una sociedad entera dejando de trabajar o haciéndolo menos horas. Es decir, ganando
voluntariamente menos dinero: el anti-consumismo por excelencia. Este desafío al
consumismo se fundamenta en la creencia de que vivimos con mucho más de lo que
necesitamos, y de que no hay sueldo que pague el estrés. El lema es "ganar menos
para vivir mejor". El down-shifting se basa en gran medida en el
autoabastecimiento. Cuando no es posible se recurre al intercambio o a la segunda mano y
sólo en último caso al mercado tradicional. |
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