STOP, LIBRE
COMERCIO
Dicen que la III
Conferencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC), celebrada el mes pasado en
Seattle, fue un zoo, que militantes de causas tan distintas como la homosexualidad o la
independencia del Tíbet, se mezclaron y se revolvieron en contra de las fuerzas del
orden. Dicen que fue un carnaval violento de jóvenes desorientados. Dicen que fueron
algaradas callejeras organizadas por un filósofo radical, un anti-sistema, un
sesentayochista sin reciclar. Es posible. En cualquier caso ¿hay algo de malo? Organizar
a 50.000 manifestantes dispares ese una tarea complicada. Pero por encima de las
diferencias asomó una causa común: el rechazo generalizado al sistema capitalista, a la
globalización, al libre comercio.
Y esas son razones con unas raíces más profundas de lo que admitirán jamás aquellos
que descalifican por sistema todos los movimientos sociales. La prensa informó de que lo
sucedido en Seattle fue una batalla campal, con miles de manifestantes desbocados, coches
incendiados, barricadas y gases lacrimógenos. También reflejó la brutalidad de la
represión policial. Pero todo lo sucedido no fue más que la punta del iceberg. La
denuncia que subyace bajo estos hechos es que la gente del la calle, las organizaciones
civiles se quedaron fuera de una cumbre cuyas resoluciones van a afectarnos a todos de
manera directa, en nuestra vida cotidiana. Se pasó por encima del movimiento ciudadano.
De puertas hacia fuera, todos los representantes sociales tuvieron que conformarse con el
pataleo para, al menos, llamar la atención de la prensa internacional. Y vaya si lo
consiguieron.
Mientras tanto, de puertas hacia dentro tenía lugar una
representación teatral en la cual, por supuesto, tenían un papel protagonista los
Estados Unidos de América, la Unión Europea y Japón. El resto de los representantes de
naciones soberanas podía haberse quedado en casa, porque fueron totalmente eclipsados por
los grandes.
Y así llegamos a las conclusiones. La cumbre fue un fiasco. La prensa habló de "el
mayor fracaso de los últimos veinte años en la historia de las relaciones
internacionales sobre comercio". Cómo podía ser de otra manera. EE.UU. y la UE no
se pusieron de acuerdo, los países en vías de desarrollo, reticentes ante una mayor
liberalización que les pueda traer más mal que bien, apenas fueron tenidos en cuenta, y
en la calle, una batalla campal. Tanta discordia no podía tener otro final. Ningún
acuerdo. Ni uno.
Sólo tiene una explicación, y es bien sencilla: el egoísmo separa. Si se hubiese
mostrado en algún momento una pequeña, discreta, fugaz, ínfima, minúscula intención
de recortar distancias entre ricos y pobres, de equilibrar la balanza, de unir y no de
separar, el resultado hubiera sido otro. Pero el dinero es cada vez más insolente. Nadie
se ruboriza ya al poner los intereses sobre la mesa. Todo el mundo sabe a quién respaldan
los dirigentes, así que ya no hay por qué esforzarse en ocultarlo.
Más
allá de los paneles informativos de las Bolsas, hay familias arruinadas, hombres y
mujeres que ganan en miseria con los juegos de las grandes empresas.
Porque ¿quién manda realmente en una
cumbre del comercio? Ya hemos llegado a la conclusión de que la sociedad no. Y también
sabemos que quienes dan la cara ante los medios de comunicación, participan en los
debates o se dejan las cuerdas vocales en las arengas, tampoco. En lo relacionado con el
comercio mandan los comerciantes. Lógico y normal, cada uno vela por sus intereses. Cómo
iban a dejar sus asuntos en manos de terceros. Las grandes multinacionales son las que
tienen la sartén y el mango. Los estados son actores secundarios de una obra que se
representa por encima de ellos. Es la globalización, una mano fantasma que sin embargo
causa millones de muertos reales en todo el planeta. Los países se venden al mejor
postor. Abren sus puertas a las industrias, ofreciendo muchas ventajas y pocos problemas,
lo que normalmente quiere decir mano de obra sumisa y vía libre para pisotear el medio
ambiente. Sin preguntas, no se les vaya a incomodar el inversor.
El dinero ya no produce riqueza. La especulación es la nueva forma de aumentar ceros en
las cuentas corrientes, pero son divisas que no se ven y no se tocan. Sólo existen porque
creemos que existen. La fe en el mercado hace milagros. Cuando la fe se retira, las Bolsas
se hunden, y las economías mundiales se estrellan en cadena como las fichas de un
dominó. Pero más allá de los paneles informativos de las Bolsas, más allá de los
gráficos y de las estadísticas, detrás del Monopoly internacional hay familias
arruinadas, hombres y mujeres que ganan en miseria con los juegos de las grandes empresas,
miles de muertos con nombre y apellido que no aparecen en las cumbres internacionales. El
abismo entre ricos y pobres crece cada día.
El fracaso de Seattle también es una victoria. La esperanza de que está volviendo a
surgir con fuerza el incorformismo. Y es que la gente está harta de un sistema que no
sólo no busca soluciones, sino que continúa conduciendo la economía mundial por el
camino equivocado, aún sabiendo que genera un desequilibrio que ya estamos pagando
todos./ C.F. |