El mayor éxito de
cualquier obra literaria, no radica en ser total y perfecta, sino en estar
lo suficientemente inacabada y contener el punto de imperfección
necesario, para que el lector tenga oportunidad de darle continuidad y
hasta sentido con su particular percepción de la misma. |
|
EL HONOR
POR JOSE ROMERO SEGUIN
El honor
lo pudrieron los que gobernaron sin honor y en su nombre este país
durante casi cuarenta años. Ellos hicieron de él un principio rancio,
que definía a una estirpe de individuos para los cuales sus defectos eran
virtudes y las virtudes de los demás defectos. Eran así, porque eran los
dueños, y como lo eran, se apropiaron de las palabras con que se
nombraban valores que estaban muy por encima de su propia clase y valía.
Entiendo que ha llegado el momento de devolverle su auténtico sentido y
encuadrarlo dentro de las virtudes que deben adornar a una persona.
Una persona debe tener honor, porque con ello tiene además vergüenza, es
decir, que tiene un sentido ético y hasta estético que se hace más que
recomendable, necesario, para la normal convivencia.
La actualidad nos llama en cambio al deshonor, en favor del valor, no del
que da honor según el grado de filantropía del acto que lo confiera,
sino del valor fiduciario de la acción. Es decir, que se legitiman las
más descaradas tropelías, desmanes e infidelidades que se puedan
cometer, si se hacen éstas en nombre del dinero. Por ello, si sólo
tienes honor, ya lo sabes, no vales nada.
Digo esto, porque entiendo que se debería reaccionar de forma
contundente contra aquellas personas que caen en el deshonor. No pido el
linchamiento ni físico ni moral, pero sí la reprobación unánime por
parte de la sociedad, y más cuando éstas en vez en de reconocer y
enmendar, sostienen su postura con los más peregrinos e incalificables
argumentos, y las más lerdas explicaciones. Y no lo pido porque disfrute
viendo caer a estos nuevos mitos de usar y tirar, que cada mañana crean
la televisión y demás medios de comunicación, sino porque en su
interior va escondida y derecha al basurero del descrédito, aún con el
crédito bancario que a ellos personalmente les reporte tan indigna
transición, la literatura, la pintura, la música, el cine, el teatro, el
arte en general.
Así vemos que la literatura se convierte en pienso para engordar
desesperanza y hastío, para matar los sueños, para gritarnos que todo lo
bueno está escrito, que ahora debemos conformarnos con lo que nos den de
mano de cualquiera que sea, además, un personaje televisivo o asiduo de
las revistas del corazón.
Los intereses de las editoriales no corren peligro porque apuesten por la
literatura de verdad, y me refiero a la que sale del noble deseo de
expresarnos con la mayor y más hermosa inexactitud posible, para que lo
que digamos cautive e invite al alma del lector. Y digo que no corren
ningún peligro porque de una u otra forma estos van a vender los libros,
y me atrevería a decir que si perseveran, aún más, porque con ello
fomentarían el gusto por la lectura, la fidelidad a ella, la necesidad de
ella, porque la literatura cuando es de verdad, es adictiva. Pero cuando
es especulativa, cuando no busca sino el enriquecimiento rápido, produce
el efecto contrario, es decir, que se venda mucho en poco tiempo, pero que
sobrevenga el desafecto por la literatura y la lectura, que por esos
derroteros no deslumbra por sí misma, sino por el morbo que despierta el
personaje que escribe. Hacer protagonista del libro al autor no es bueno,
ni para la literatura ni para el lector, porque es algo que termina por
desmotivar al actual lector y también al potencial. Puesto que un autor
de literatura crea continuamente personajes heterogéneos, que enriquecen
la obra, que la ponen a la altura de miras del lector, el cual se ve
reflejado en lo bueno y lo malo, se identifica o difiere de él, pero que
le permiten pensar, imaginar, en una palabra, rehacer la obra. Y el mayor
éxito de cualquier obra literaria, no radica en ser total y perfecta,
sino en estar lo suficientemente inacabada y contener el punto de
imperfección necesario, para que el lector tenga oportunidad de darle
continuidad y hasta sentido con su particular percepción de la misma.
Hoy los autores, son la historia y el protagonista, y eso, aburre,
desorienta y desanima. Y aún más el constatar el impresentable chalaneo
que se traen los editores con algo tan serio y hermoso. Y que da la medida
exacta de lo que tenemos, y quizás también de lo que nos merecemos.
Porque como he dicho, se debería reaccionar frente a esta desvergüenza
generalizada y al alza, que hoy por hoy, no lleva a quien la comete al
descrédito, sino que es a veces causa y motivo de que esa persona goce de
un mayor prestigio.
Claro está que el castigo ideal sería aquel que se impusiese el mismo
que ha infringido su propio código ético. Por ello comencé haciendo un
llamamiento al honor. Y no es necesario que nos abramos las venas, no,
sólo que entendamos, que quienes sienten vergüenza por su falta de
ética o moral, no son para nada unos estúpidos rancios y trasnochados,
sino que se merecen todo el respeto y consideración. Puesto que si
aspiramos a mejorar la sociedad en que vivimos desde un sistema de
libertades, debemos ejercer éstas con responsabilidad y compromiso. Y
entre ellos está, qué duda cabe, el de adquirir unos principios que sin
ser dogmáticos sean lo suficientemente sólidos para no caer en la
tentación de pudrir un poco la manzana, porque se empieza un poco de
aquí y otro poco de allí, y esta termina siendo una podredumbre al
completo. ∆ |