No podemos olvidar que el
problema no es ser negro, o amarillo, el problema radica en estar en
desigualdad de condiciones u oportunidades. |
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ESCLAVOS DE LA ESCLAVITUD
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Detrás
de la alambrada acechan, ojos vidriosos, movimientos felinos, escuálidos
cuerpos. No son bestias, son los hijos de la tribu famélica y errante en
que hemos convertido Africa. Son sangre de esa sangre que un día se
rebeló, rehuyó y sucumbió al fin ante la saña violenta de los
esclavistas. A sus antepasados se les cazaba como a fieras, se les llenaba
de grilletes y se les transportaba como auténtica mercancía hacia las
costas europeas y las de sus numerosas colonias. Muchos morían, unos
porque no soportaban la travesía, otros de pena, una vez perdida su
condición de seres humanos. El mundo civilizado se cobraba así el
discutible privilegio de ser el colonizador. Habrase visto mayor
aberración, mayor grado de malicia que hacer de su ignorancia, de su
incapacidad para comprender a otras culturas, una razón para adueñarse y
tratar como mercancía a tantos y tantos seres humanos.
Aquellos primeros esclavos huían de las cadenas, de la colonización, de
la esclavitud, eran por ello y para siempre prisioneros, víctimas en suma
de un poder aberrante y salvaje que contó, sino con la simpatía, sí con
la aquiescencia de la civilizada Europa. Hoy, los descendientes de esos
hombres y mujeres, vienen por su propio pie a la búsqueda de los
esclavistas, que los esperan cómodamente instalados frente y hasta en las
mismas costas a las que antes ninguno de sus ancestros quiso llegar. Hoy
tienen que rogar y pagar el viaje. Las condiciones, por el contrario, son
las mismas, viajan, hacinados, maltratados, humillados en definitiva en la
que debiera ser su inviolable condición, la de seres humanos.
Los tiempos cambian, también las formas, pero no la idea, no el
sentido último de las cosas. Antes se les trajo a la fuerza, ahora a la
fuerza se les repudia, y a la fuerza se les utiliza en condiciones
laborales infrahumanas.
Es un problema grave y de difícil solución, se oye comentar en círculos
políticos, intelectuales y de opinión. Y tanto que lo es, es más que
eso, es la más terrible noticia que hayamos podido tener, sobre nuestra
supuesta civilidad con todo su falso corolario de bondades filantrópicas.
Por ella sabemos que no somos más que un puñado de palabras que tratan
de ser armónicas y hermosas, que se supone tratan de definirnos, pero que
sólo sirven para enmascarar y ocultar nuestras más viles carencias.
Las preguntas que deberíamos hacernos son: ¿de qué sirvió la
colonización y todas sus aparentes bondades?, ¿qué le llevó a estos
hombres y pueblos, que no sea miseria y muerte, tanta y tan terrible, que
les obliga a reclamar desde detrás de las alambradas su derecho a la
esclavitud? Paradojas de la vida, dirán los nuevos dioses, mientras
devoran sin compasión a estos seres humanos que han perdido con su
voluntaria vuelta a la esclavitud, hasta el incalificable derecho a serlo.
Pero no podemos olvidar que el problema no es ser negro, o amarillo, el
problema radica en estar en desigualdad de condiciones u oportunidades. Si
te encuentras en ese grupo por las razones que sean, debes saber que
estás condenado a ser tratado como un esclavo.
Falla, por tanto, el respeto al ser humano y a la naturaleza en sí misma,
y falla no por casualidad sino por puro interés económico. Y como no es
casualidad, se planifica.
Habría a mi juicio que exigir el cese de toda actividad que conlleve
de alguna manera la degradación del ser humano. Ningún ser humano debe
arrodillarse ante otro hombre ni para limpiarle los zapatos. Ningún ser
humano debería tener que vender su cuerpo, y con el, su dignidad. Tampoco
se puede permitir que unos naden en la abundancia y otros se mueran de
sed. Si no erradicamos estas condiciones legales y claramente
denigratorias, cómo pensar en erradicar las grandes lacras, que si
tenemos al menos la suerte de que no nos aflijan personalmente, deberían
llenarnos de vergüenza y horror, por el dolor y la degradación que le
infligen a personas como nosotros.
Pero eso significaría un esfuerzo conjunto y serio de todos y cada uno de
nosotros. Un esfuerzo que nadie o muy pocos estaríamos en disposición de
hacer. Por ello, ante el problema de la inmigración ilegal, se impone
como falsa solución, la persecución de las mafias. De ese modo no se
soluciona el problema en su raíz, y éstas prosperan y hacen prosperar a
los que blanquean ese dinero y se lucran del trabajador ilegal. De este
modo van a pagar sólo esos pocos malvados que hacen el trabajo sucio a
esos otros muchos que se denominan banqueros, empresarios, magnates, todo
menos personas, porque en el fondo no lo son, ya que para calificarse como
persona se debe poseer algo más que una suculenta cuenta bancaria.
Vivimos en un mundo que en la práctica se rige por normas no muy alejadas
de aquellas que utilizan los más execrables ventajistas en sus negocios.
Las que valen no son las cartas que están sobre la mesa o en las manos,
sino las que ruedan por debajo, las que se esconden en la manga. Las de
las manos y las mesas, sirven para dar un marchamo de legalidad al
sistema, dirimiendo y resolviendo cuestiones menores y dando a su vez
cobertura legal a las grandes ilegalidades que se han fraguado bajo la
mesa.
Todos y cada uno de nosotros somos la verdad y la vida. Si por alguna
razón que no sea la muerte, sobramos o faltamos alguno, faltará la
verdad, y también la vida. ∆ |