El
poder es fértil en mentiras. La patria, la bandera, la religión, las
fronteras de toda índole, la raza, la banca, no son tema baladí, son
unas señoras y señoriales mentiras, esa es la verdad. |
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LOS PELIGROS DE LA VERDAD
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Como los celtas cortos, el
whisky de garrafa, la heroína de la Celsa, la carne de pollo dopado o el
nacionalismo fanático, como todo eso y más, es de nociva la verdad. La
verdad termina siempre rompiéndote el corazón o helándotelo en el peor
de los casos.
A las pruebas me remito. Al policía
Jesús García se le rompió el corazón mientras declaraba en la A.
Nacional, sobre el cómo y el porqué le dio por revolver en los huesos huérfanos
de justicia y entidad, que se pudrían olvidados en una polvorienta y fría
casucha de un cementerio alicantino.
Abusó de la verdad, y se fue para el otro barrio a los 57 años,
mientras los demás, desde el primero al último con su casquería
de verdades a la medida, es decir, con sus mentiras, se les ve sanos y
vigorosos, salvo excepciones de guión, que siempre las hay, y que adornan
lo suyo. Es así de duro pero no menos cierto.
Otro caso conocido y reconocido de adicción a la verdad es el de
Julio Anguita, ocurre que el corazón del político no ha sido tan drástico
como el del Comisario Jesús. Y podría seguir nombrando casos y casos de
corazones rotos o helados por hacer un uso abusivo de la verdad, pero no
se trata de hacer una relación exhaustiva de víctimas de la verdad, sino
de poner en solfa la verdad y ensalzar y ponderar en su justa medida la
mentira, que es sin duda nuestro único criterio de capacidad creativa en
todos los órdenes de la vida.
Además, no es sólo que la verdad
sea nociva e infecciosa como una mala sífilis, sino que encima, la muy
puta, aburre, aburre tanto soberana como republicanamente. Y es que es
tediosa como un laberinto oligofrénico. Y a su vez, agobiante,
desesperanzadora y descorazonada como la promesa de un iceberg repleto ya
de curas, dispuestos cómo no a navegar en él a su debido tiempo;
y es que, de todos es conocida la tendencia del clero a subirse a
todo lo que se mueve o promete movimiento, para ir así a cualquier
destino y hasta al destino mismo, siempre que éste no sea, claro está,
el cielo o el infierno, porque nadie mejor que ellos sabe que allí no se
vende ni un mal peine. No en vano uno y otro son las más imaginativas de
sus muchas mentiras.
Quedamos pues en que la verdad nos
mata sin gracia ni gratificación, que nos mata de certeza y aburrimiento.
Y certificamos sin más, que la mentira es nuestro medio natural.
No es dogmática, no es infinita, ni estática ni esférica, ni
mucho menos eterna, y para colmo es la más feroz defensora de la
imaginación. Está hecha por lo tanto a nuestra imagen y semejanza, esto
para los no creyentes. En cuanto a los que creen en dios, podrán decir
sin rubor, que está hecha a nuestra medida,
ya que a través de ella damos la medida de lo que somos, lo que
reflejamos y lo que ese dios o esos dioses esperan de nosotros.
Para los que como yo que, ni creemos
ni dejamos de creer, que habitamos en la duda y andamos siempre por ello
con una pregunta pegada a los labios. Para nosotros, empedernidos
buscadores de mentiras hermosas, la verdad es el ataúd que nos asfixia,
la cuerda que nos estrangula, el miedo que nos da miedo, porque la verdad
como el alma de los dictadores está vacía de esperanza, en cuanto representa lo ya consumado, lo inamovible. Podemos
afirmar, por tanto, que lo más terrible que le podía suceder al ser
humano y hasta al universo en sí mismo, es que un día sobreviniese la
verdad absoluta, puesto que a partir de ahí ya nada habría que hacer y
la vida perdería, por lo tanto, sentido.
Es cierto que aquí morimos y matamos por la verdad y en nombre de la
verdad, una verdad que no es sino nuestra mejor mentira.
Y es que en un sistema en el que todo él es mentira, cómo hallar
una verdad, cómo encajarla, sería absurdo, es más, sería una
inquietante mutación que anunciaría insanas injerencias divinas,
mala cosa, por cierto.
Digo esto y no creo ser
contradictorio con mi filosofía de la vida, pues el problema no radica en
que unos proclamemos verdades y otros mentiras, que todas los son, sino
que las mentiras de unos son más tolerantes y solidarias que las de
otros. Lo que no significa necesariamente que sean por ello más
sofisticadas e imaginativas, pues no siempre ocurre así, ya que el poder
es fértil en mentiras. La patria, la bandera, la religión, las fronteras
de toda índole, la raza, la banca, no son tema baladí,
son unas señoras y señoriales mentiras, esa es la verdad.
Sea como sea, si dios nos puso aquí para mentir, mintamos sin rubor ni
temor a pecar, y si no nos puso, mejor que mejor, con más razón debemos
mentir, mentir hasta quedarnos sin aliento,
hasta rompernos el alma, hasta sentirnos libres y a miles de años
luz de la verdad. Especialmente de esa que en algún lugar del universo
nos acecha para cerrar el ciclo de la vida y poner punto final a nuestra
sagrada historia de sueños, que son entre las mentiras, y no deberíamos
olvidarlo, las de mayor calidad estética y literaria.
Sea pues con todos nosotros la buena mentira de la
utopía, que nos asegura la revisión continua del pensamiento y por ende
de los sistemas políticos y las conciencias. Pues si algo importa,
si alguna verdad es necesaria, ha de ser la de avanzar hacia un
sistema en el que cada día tengan cabida los sueños de más hombres, y
eso sólo se consigue a través de la continua revisión de nuestras
mentiras. |