o podríamos imaginarnos a Amando de Miguel sin su inseparable barba, sin sus
artículos y ni sin sus más de setenta libros. Asiduo conferenciante, habla con soltura
de cualquier tema, aunque haya ido vaciando la pasión de los inicios en cada una de sus
creaciones. En busca de un hueco vacío que llenar con su propia obra, encontró que sobre
sexo no está todo escrito. Tras una búsqueda exhaustiva de datos, Amando de Miguel nos
presenta a esas mujeres rubias, de piel blanca y labios rojos, cuerpo esbelto pero carnoso
y blando que eran el ideal de belleza de nuestros abuelos. El lunar, por supuesto, no
podía faltar. Así Amando de Miguel hace en El Sexo de Nuestros Abuelos un repaso
alfabético por los afrodisíacos, los celos, el erotismo, la homosexualidad, la
misoginia, la mujer, el noviazgo o la prostitución a principios de siglo.-¿Por
qué este libro sobre el sexo de nuestros abuelos?
-Es un ejercicio de nostalgia de hace cien años más o menos. Es un
ejercicio amable, divertido, que se lee como una novela puesto que está hecho con la
fuente de las novelas de la época, que son muy descriptivas y nos proporcionan un
documento extraordinario. Sobre eso no se hablaba, había mucha hipocresía sobre el
asunto, pero a través de las novelas reconstruimos no sólo el sexo en un sentido
estricto, fisiológico, sino las formas del noviazgo, de la relación entre los esposos,
la aproximación, la moda, los gustos... Todo eso se revive a través del libro.
-¿Han cambiado tanto las cosas en torno al tema sexual?
-En el fondo no, porque ¿qué puede variar si siempre son los mismos
elementos combinados? Los cambios están en la forma: la retórica, la palabra. Nuestros
abuelos tenían más palabras respecto al sexo; tenían las mismas que nosotros y muchas
más que han desaparecido. Hacer el amor para ellos era una cosa muy distinta, era
cortejar, adular a la mujer desde el punto de vista del varón.
-Lo que está ahora de actualidad con respecto al sexo es el Viagra. ¿Es
tan revolucionario como se presenta o el auténtico problema queda sin resolver?
-No es ninguna revolución. Es lo de siempre. Precisamente hay un capítulo
en mi libro, en el que narro que entonces también había determinadas creencias mágicas
en los afrodisíacos. Ahora es un producto químico y antes las raíces de una planta, da
lo mismo, siempre es la ilusión de que hay una panacea que resuelve el asunto. Pero yo no
creo que esto suceda. Pasará y vendrá otra cosa, así ha sido la historia de la
humanidad.
-Si tuviese que hacer un balance del siglo que termina, ¿cuál sería?
-Ha sido un siglo pesimista, descorazonador y resentido. Pero yo creo que
todo eso termina, que acaba realmente este ciclo secular que llegó a su ápice con la
Guerra Civil. En fin, hemos de ver qué siglo hemos tenido, con el asesinato de varios
presidentes de gobierno.
-José María Mendiluce ha comentado en alguna ocasión que este siglo era
uno de los más terroríficos y a la vez uno de los más explosivos a nivel de
tecnología, de ideas... un siglo contrastado.
-Sí, pero al mismo tiempo ha sido un siglo de cambios, de transformaciones
positivas. España en 1898 era algo así como el último país de Europa, era tratado como
una colonia; en cambio ahora entra por la puerta grande. La esperanza de vida española
hace cien años era la mínima de Europa, y ahora es la máxima de nuestro continente. Ha
sido un cambio impresionante, una transformación social verdaderamente notable.
-Sin embargo hay una actitud general de pesimismo, que usted considera una
estrategia ¿Cómo funciona ese mecanismo?
-Es defensivo. Consiste, de forma táctica, en aparentar que a uno no le va
bien del todo para que no se aprovechen de él. En el fondo es una táctica de
supervivencia. Es esa actitud de quejumbre del español, que es muy característica. Pero
también en el fondo nos come la envidia, porque es estar siempre insatisfecho con la
posición que uno tiene y querer ser otra cosa siempre.
-Los parados están saliendo a la calle, pero el gobierno no parece ver este
problema como uno de los prioritarios. ¿Qué valoración hace de esta situación?
-El paro es como una enfermedad. Se parecen mucho porque es algo que afecta a
muchos y no se puede eliminar: no puede haber pleno empleo ni plena salud, lo que pasa es
que a los parados y a los enfermos hay que atenderlos bien. Es un coste, pero la sociedad
puede funcionar perfectamente con parados y con enfermos, que son aproximadamente un 20%
de la población cada uno de ellos. Y algunos son las dos cosas: parados y enfermos. Pero
lo que hay que hacer es atenderlos, procurar que estén el menor tiempo posible en esa
situación. Al mismo tiempo habría que investigar en uno y otro caso el fraude y la
picaresca, que también se dan.
-Para terminar, no se puede hablar de este siglo sin la influencia de los
ordenadores, la apertura de la red, ¿cómo ha influido esto en el ciudadano?
-La verdad es que ha sido una revolución y sólo está empezando. El
ordenador que utilizamos todavía es antiguo; tiene un teclado, que es una cosa primitiva.
En el futuro llevaremos un ordenador de pulsera que funcionará por la voz y estará
enganchado a toda la red por el aire. Eso sí será una revolución.