on el bolígrafo en la mano, dispuesto a firmar ejemplares de su libro Aznarmanía,
coescrito junto a Pilar Cernuda, contesta entre firma y firma preguntas sobre el tema que
domina: la política nacional. - ¿No es un poco arriesgado abordar temas
sobre hechos tan recientes de la historia de España, y además hacerlo desde un prisma
objetivo?
- Es arriesgado, sobre todo en Madrid, donde la profesión está dividida a
muerte y donde la actualidad política pasa por el periodismo, por las empresas
periodísticas. Hay capítulos especialmente arriesgados, como el dedicado a las guerras
de las plataformas digitales.
- ¿Y cómo se sobrevive en esa jungla?
- Pues difícilmente. Se sobrevive por ejemplo escribiendo libros con Pilar
Cernuda. Nuestros libros no los hubiéramos podido elaborar por separado ninguno de los
dos, porque ni Pilar ni yo tenemos el respaldo de una gran empresa, de ningún gran
holding periodístico; no tenemos nada más que unas cuantas colaboraciones y el andar por
ahí, apoyándonos el uno en el otro. Se sobrevive con mucha paciencia, con mucha voluntad
y renunciando a muchas cosas, como a ganar más dinero o a sentirte más seguro.
- Los que manejáis información política tenéis acceso a muchos
personajes, a importantes y trascendentales datos y luego de todo ello sólo publicáis
una parte. ¿Todas las verdades, toda la información a la que tenéis acceso es
publicable?
- Es que las verdades a veces cambian, porque no hay verdades inmutables. Yo
creo que todas las verdades son publicables pero no todas las verdades son inmutables.
Hace unos años a Pilar y a mí un personaje muy íntegro, al que admiramos mucho, nos
contó unas cosas terribles sobre el Rey. Yo me quedé tan desolado que nada más
levantarme de la mesa decidí dejar el periodismo. Le dije a Pilar que sentía dos partes
claramente opuestas dentro de mí. Por un lado, como español consideraba que no se
podían publicar esas cosas -ya que de alguna manera eran desestabilizadoras-, por otro
lado como periodista, entendía que no podían dejar de publicarse. Aquello fue muy fuerte
para mí. Entonces los dos decidimos investigar todo el asunto hasta el fondo, comprobar
qué había de verdad en todo aquello de que el Rey era un corrupto. Al final vimos que
aquella información no era cierta. Por tanto no hay que precipitarse a difundir como
inmutables las verdades que a lo mejor son mutables. Y luego también están aquellas
otras cosas sobre las que tampoco puedes hablar. Si yo ahora mismo me enterase de que
existe una negociación entre el gobierno y ETA, y yo creyese o me dijesen que publicar
eso iba en detrimento de conseguir la paz, sinceramente no lo publicaría. Y de hecho no
hemos publicado algunas cosas que hemos sabido en relación con la lucha contra el
terrorismo.
- Hazme una valoración de la calidad de información que en estos momentos
recibe el público en general.
- Yo no generalizaría. Hay programas de televisión que son una basura y
desinforman, hay tertulias radiofónicas donde lo único que se pretende es influir al
público y no informarle, y hay periódicos que sólo pretenden arrimar el ascua a su
sardina. Y en eso también debo decir que hay informativos de televisión muy serios,
tertulianos y tertulias muy serias, con vocación de informar. Una vez dicho esto, yo creo
que los periódicos de mayor tirada y mayor influencia, -sobre todo en los últimos meses,
en los que ha predominado esta guerra de las plataformas digitales, que era una guerra
empresarial total en la que se movía mucho dinero-, han fallado en su misión fundamental
que es la de servir con objetividad a los intereses de los ciudadanos. Y eso me preocupa
mucho, porque hay muchos periodistas prestigiosos y prestigiados que se han dejado muchas
plumas en esta guerra.
- Recientemente Pedro Ruíz nos comentaba que es imposible hoy por hoy en
Madrid publicar algo en contra del capital que te paga, que todos los medios de
comunicación pertenecen a algún capital y que por lo tanto el periodismo independiente
era cada vez más difícil.
- Tengo que coincidir con eso. A las muchas limitaciones que tiene ya el
periodismo -y no me refiero a la falta de libertad de expresión, que no la hay- se unen
también limitaciones empresariales de cada uno, teniendo en cuenta que a veces el
empresario también puede ser el Gobierno.
- ¿Qué tareas tiene aún pendientes este Gobierno?, ¿en qué no se ha
pronunciado todavía?
- Creo que la gran tarea pendiente es profundizar en las libertades. Hemos
asistido a ese espectáculo bochornoso, cuando se dijo que no se criticase al Fiscal
General porque eso era falta grave; o a Pujol después de verse con Aznar diciendo que no
tocaba contestar a los periodistas, y se quedan tan frescos. Creo que los políticos no
tienen todavía claro que están ahí porque nosotros los hemos puesto, porque nosotros
les pagamos y para servir al poder popular, no para que los ciudadanos les sirvan a ellos.
Yo creo que ese es un déficit importante que no viene de ahora: es tradicional. Eso
procede de Isabel y Fernando. Y luego está la marcha del proceso autonómico, que creo
que va mal. No se puede establecer una diferencia nacional de quince autonomías, más
otras dos. Hay que reequilibrar ese poder, el poder de los gobiernos autonómicos con
respecto al poder central. Quizá haya que emprender una reforma de la Constitución en
algunos aspectos, modernizar la normativa electoral, o algunas leyes penales, o la Ley de
Enjuiciamiento Criminal... Hay muchísimas cosas que se pueden hacer para convertir este
país, que no va mal. Económicamente vamos hacia Europa, somos capaces de converger
incluso mejor que otros países que teóricamente estaban en muchas mejores condiciones,
pero yo creo que no se puede estar todo el día pensando en la economía o en la
macroeconomía si no se piensa en la microeconomía que es el bienestar de cada uno de los
ciudadanos.
- ¿Realmente "España va bien" o es un estado ficticio?
- Hay una conciencia colectiva de que va bien, lo que pasa es que quizá no
va tan bien como nos quieren hacer creer. Ya he señalado algunos déficits, sin embargo
tenemos una oportunidad histórica en este 1998 de ponernos en el sitio que nos
corresponde. A pesar de que no hay demasiado sentido del estado en España, que es uno de
los grandes déficits que tenemos como pueblo, existe una cierta sensación colectiva de
que a lo mejor si corremos un poco cogemos el tren. Desde ese punto de vista yo creo que
es lo que ha facilitado el caldo de cultivo del triunfo de esa frase de "España va
bien".
- En uno de tus libros hablabas sobre la influencia del OPUS en la etapa de
la Transición española, ¿qué influencia tiene el OPUS en el actual Gobierno?
- Yo creo que mucho menos de lo que dicen. Este es un gobierno de la derecha
y, por tanto, es mucho más sensible a la influencia de una corriente religiosa que otros,
eso es evidente. Ahora bien, el hecho de que se hayan nombrado a algunas personas del OPUS
no quiere decir que éste tenga una influencia determinante.
A Aznar nadie le puede discutir al menos un mérito, que es haber sabido pacificar la
hasta ahora indómita derecha española. ¿Eso tiene que ver con el OPUS en concreto? Pues
también tiene que ver con el OPUS en concreto. También te diré que soy de los que creen
que el OPUS en el pasado fue otra cosa y que ahora no actúa como un grupo de presión,
sino como una congregación religiosa cuyos postulados nos gustarán más o menos. A mí,
personalmente, no me gustan.
- Después de bucear tanto tiempo en todo lo que es la vida política,
¿crees que existen políticos íntegros?
- Por supuesto que lo creo, muchísimos. Ahora mismo te puedo citar dos
docenas, entre ellos el propio Aznar, Joaquín Almunia, Joaquín Solana... Creo que en
general los políticos españoles son íntegros, lo que pasa es que en un clima de cultura
del pelotazo, de cultura de enriquecimiento rápido, se relajaron los controles
democráticos, que fue uno de los fallos mayores que cometieron los socialistas, y afloró
lo peor que tiene la sociedad.