| |
NIÑOS
DE LA CALLE.
INFANCIA
DE TERCERA
Fotos: M.
A. Oliva
Viven privados de afecto y se refugian en el anonimato
que les ofrece la calle. Mendigan, roban, venden, hacen trabajos menores o
se prostituyen.
Estos niños privados de su infancia son los habitantes de un submundo
llamado "la calle", donde no existe más ley que la supervivencia
ni más Dios que uno mismo, aunque sea entre la miseria.
Hoy
una gran parte de la infancia del mundo sigue sin ver cubiertas sus
necesidades básicas y eleva a cien millones el número de menores que han
sido privados de su derecho más elemental: el de ser, simplemente,
niños". Así comienza una carta firmada por Rafael
Rodríguez-Contreras, Presidente de Medicus Mundi España.
Los niños de la calle, como se ha dado en llamarles, son la cara sin rostro
de cien millones de críos que se educan en el entorno callejero. Los hay
que vuelven cada noche a dormir a sus casas y quienes lo hacen al amparo de
una parada de autobús, un portal o la marquesina de una tienda. La calle es
su forma de vida, no conocen otra.
Los expertos de la Cruz Roja distinguen dos circuitos que siguen estos
niños: el cultural, que se reduce a un par de calles o a un barrio donde el
niño adquiere sus valores y el comercial, que suele identificarse con el
centro de la ciudad, a donde van a comerciar con su cuerpo o con cosas de
los demás. Aunque este último es el aspecto más sobresaliente, el que
acapara la atención periodística, el trasfondo del problema está sin
embargo en el circuito cultural, que es el que forja su carácter.
A los habitantes del Primer Mundo todavía nos extraña cómo pueden los
niños llegar a vivir en situación semejante, al margen de sus familias y
la educación. Precisamente la situación social y económica de estas
familias les empujan a un abandono afectivo y físico del niño, que acaba
entre cartones y cubos de basura. Si al fracaso familiar, se le suma el
escolar tenemos que nada hay ya que merezca la atención del pequeño, que
se lanza a descubrir el pequeño universo que es su barrio.
Pero, lejos de pensar en países sudamericanos o africanos, en España o
EEUU existen niños que desembocan en esa vida precedidos por malos tratos,
abandono, abuso sexual o consumo de alcohol o droga por parte de los padres.
Desde el informe de Infomundi "Niños de la calle" se apunta que
"el fenómeno de los niños de la calle es fruto del imparable
crecimiento urbano, la pobreza y la falta de alternativas. Algunos huyen de
la violencia en su casa, otros se ven obligados a buscar trabajo porque sus
padres no les pueden mantener". Los chavales que todavía tienen
relación con su familia entregan su dinero en su casa para mantenerla, pero
cuando su hogar es la calle esos ingresos los invierten en comida, tabaco,
drogas, juguetes,... Como no tienen un lugar seguro donde guardar su dinero
y tienen miedo de ser robados por sus compañeros o la policía caen en un
círculo vicioso de gastos que les impiden ahorrar para crearse un futuro.
Las zonas urbanas donde se ubican estos niños son aquellas donde la
marginación está a la orden del día, que se identifican con el casco
viejo de una ciudad o sus zonas suburbiales periféricas. Desde aquí los
niños van al centro a realizar pequeños trabajos callejeros (limpiabotas,
lavacristales,...), a practicar la venta ambulante, la mendicidad o la
prostitución. No van al colegio ni reciben educación. Las vidas de estos
pequeños discurren entre la supervivencia en un mundo hostil, la violencia
y las drogas. La OMS calcula que una proporción importante de los cien
millones de niños de la calle que hay en todo el mundo "consume
regularmente alcohol y otras drogas para contrarrestar su estrés, dolor y
sufrimiento; en muchos casos no consideran la droga un problema, sino la
solución". Esta misma organización asegura que nueve de cada diez
niños de la calle en Latinoamérica están enganchados al disolvente de
pintura, al pegamento barato y a otras drogas más fuertes.
Pero, llegados a este punto nos encontramos ante un callejón sin salida ya
que las soluciones que se están poniendo en práctica son muy pequeñas, en
comparación al gigante con el que nos enfrentamos: los profesionales no
están coordinados ni profesionalizados, los ciudadanos no están
sensibilizados con el tema ni asumen esa responsabilidad y desde los
ámbitos políticos se dedican pocos esfuerzos al problema porque el niño
no resulta rentable electoralmente. ¿Tienen ya estos pequeños su destino
marcado?./ Marta Iglesias
Como el
niño no resulta rentable ni económica ni electoralmente, los gobiernos
dedican muy pocos esfuerzos y recursos a la población infantil.
HOGAR SIN PAREDES
La mamá
nos trajo de Medellín, donde trabajaba en un café, pero su sueldo no le
alcanzaba. Le propusieron entonces que regalara a sus dos niños, pero ella
se rebeló. Prefirió venirse a Bogotá. Se peleaba mucho con mi papá y por
eso se separaron. Aquí en la capital conoció a Raúl Rocha. El la quería
mucho, pero a mí me tomó ojeriza; por eso me regañaba. Me castigaba. Un
día no pude más y me fui de casa. Lo primero que hice fue buscarme un
grupo, unirme a otros niños como yo. Así es más fácil vivir."
Así relata su infancia un niño de la calle de Bogotá en el libro
"Los Angeles Perdidos", de Manu Leguineche. Como en todas las
injusticias sociales, al repartir el pastel el peor trozo les toca a los
países tercermundistas, con economías más pobres o inestables. Entre
Latinoamérica, Asia y Africa se reparten la amarga tarta de los cien
millones de niños que viven en la calle.
Cuarenta millones de esos chavales que hacen de la calle su forma de vida
están en Latinoamérica, entre 25 y 30 en Asia y 10 millones se los queda
Africa. El reparto demuestra que no hay más niños en las calles de los
países pobres, sino en países con recursos en los que la riqueza se
concentra en muy pocas manos.
En el caso de Latinoamérica, la concentración de la propiedad de la tierra
empuja a las familias hacia las ciudades donde trabajo y hacinamiento siguen
un movimiento opuesto. Aquí Brasil es el país con mayor desigualdad: es la
nación más rica de América Latina, la octava nación más industrializada
del mundo y la que tiene más diferencias entre ricos y pobres. En sus
entrañas conviven la indiferencia de los ricos, la policía corrupta, los
"justicieros" y los meninos da rúa.
En este país vive un gran número de niños escapados que en sus casas
sufrían de abandono, malos tratos, abusos sexuales o miseria. Prefirieron
la calle a las palizas constantes. Ahora viven en la rúa, aspiran
pegamento o gasolina para evadirse de tan cruel destino y roban o se
prostituyen para conseguir esa droga. Un círculo vicioso sólo roto por la
presencia constante de los "justicieros", antes escuadrones de la
muerte. Apoyados por la aprobación silenciosa de comerciantes y ricos que
ven en estos niños una amenaza, no dudan en dar caza al menino da rúa.
Lo persiguen y lo matan, cobrando además por ello y justificando su labor
como un acto de "limpieza social". El procedimiento es tan
sencillo como decir "Queremos limpiar la calle". Acuden los
cazarrecompensas , se les da un dinero y reciben ayuda policial. Nunca la
vida de un niño valió tan poco.
Cuenta Manu Leguineche en su libro "Los ángeles Perdidos" que
"en enero de 1989, 23 niños fueron detenidos y conducidos a la
comisaría para menores de Río de Janeiro; tan sólo nueve salieron con
vida. Pronto se descubrió la verdad: más de la mitad de los milicianos
exterminadores de niños pertenecían a la policía o habían formado parte
de ella y la habían dejado al encontrar un oficio mejor pagado. La pistola
o la placa les hacía invulnerables. Pero no sólo matan, sino que, en
múltiples ocasiones, lo que hacen es mutilar cuerpos de niños, les
desfiguran el rostro, les arrancan los ojos, les seccionan los genitales, de
tal manera que cuando los encuentran sus familiares son seres irreconocibles
e imposibles de identificar".
Para
sobrevivir practican la mendicidad y la venta ambulante, limpian los
cristales de los coches en los semáforos, ejercen de limpiabotas, recogen
cartones y chatarra para vender o se prostituyen.
Esta es la realidad de un país que se cobra más muertos diarios que la
ex-guerra de Bosnia, ésta es la crudeza del país del sol y las garotas,
donde los niños suplican a los turistas "Por favor, sáqueme de
aquí".
Una tónica similar se sigue en México, Guatemala o Perú: niños pobres
con baja escolaridad y desnutrición que emigran sin sus padres a la ciudad
en busca de una nueva vida. Sólo encuentran la calle y la miseria. En
Colombia viven en inmundas alcantarillas para ocultarse de los escuadrones
de la muerte. Nada ha cambiado desde hace años, si acaso el incremento de
la violencia.
Asia es el continente que le sigue más de cerca. Dependiendo del país la
situación de los niños varía visiblemente. En la India los niños
trabajan en hoteles y puestos de té, mendigan o recogen basura para
venderla. Infomundi señala que los niños "se alistan al ejército de
los recogedores de basura, trabajo frecuente en todo el sur de Asia y
considerado por Unicef como especialmente "antihigiénico, peligroso y
degradante", ya que expone a los críos a heridas, enfermedades
cutáneas como úlceras, sarna,... Se alimentan de restos de comida y corren
el peligro de sufrir intoxicaciones y trastornos digestivos". Estos
pequeños son acosados por la policía, aunque la prensa denuncia
asiduamente la situación . En Filipinas la proporción de menores
abandonados o trabajadores oscila entre el uno y el tres por ciento de la
población infantil. Aproximadamente la mitad consume drogas -sobre todo
disolventes y pegamento- y muchos se dedican a recoger objetos reciclables
en los vertederos, un trabajo que en seis horas puede generar más ingresos
que los que obtiene un obrero en una fábrica tras una jornada de diez
horas. Sin embargo en Asia aunque el número de niños de la calle es menor,
incrementó mucho sus cifras con la cantidad de pequeños que se dedican a
la prostitución. En Tailandia, por ejemplo, hay diez veces más menores
prostituidos que niños de la calle. El turismo sexual se ha convertido en
una salida para dar de comer a la familia. Niñas pequeñas son entregadas
por sus padres para ofrecerlas como "carne joven" a proxenetas.
Los niños de la calle de Burkina Faso suelen ser varones que se dedican a
vender mercancía, a transportar con carretillas de mano, lustrar botas o
limpiar objetos. En esta capital africana sólo mendiga un 7% y no practican
la prostitución. "Los niños de la calle de Burkina Faso no tienen
nada que ver con los niños de la calle de Latinoamérica. Aquí son de
primera comunión, muy inocentes, aunque se empiezan a detectar fenómenos
preocupantes: aspiran colas y comienzan a tomar anfetaminas", declaró
a Infomundi Ernesto López, administrador de programas de Unicef en
Ouagadougou (Burkina Faso).
En cambio si nos paseamos por la capital de Ghana, Accra, nos encontraremos
con 10.000 niños de las calles. 4.000 de ellos son niñas expuestas al
abuso sexual. Estos críos comienzan su trabajo a las cuatro y media de la
madrugada, aunque las niñas que no consiguen mantenerse se dedican a la
prostitución. El caso extremo se encuentra en las calles de Kenya, donde
los niños sufren abusos por parte de adultos o compañeros de la calle
mayores que ellos. Señala Infomundi que "para las niñas, la
violación en grupo puede ser incluso un rito obligado para ser aceptadas en
una pandilla. Su iniciación tiene lugar a menudo a los seis o siete
años".
En el Chad, en concreto en las calles de Nyamena, los niños se agrupan en
pandillas y muestran cierta responsabilidad. Si siguen con sus padres, les
ayudan económicamente o si no les dan sus ahorros a los dueños de los
negocios para los que trabajan. Por increíble que parezca, debido a todo lo
que hemos señalado, estos jóvenes colaboran en trabajos que prevengan las
inundaciones, plantan árboles cuando les dan el material necesario, limpian
las plazas,.../ Marta Iglesias
NIÑOS
DE NUESTRAS CALLES
Discos de
vinilo colgados en la pared, latas vacías de cerveza, un televisor con la
pantalla rota que sirve de improvisado armario, botellas de plástico con
trozos de vela casi inexistentes, colchones ennegrecidos, cartones que
sustituyen a las mantas en las noches frías, olor a hoguera y basura, y
oscuridad, mucha oscuridad...
Alguien se había ido de la lengua, tuvieron que emigrar. Nos encontrábamos
ante los restos del naufragio, el hogar que durante año y medio había
servido de cobijo a un grupo de "niños de la calle".
En el mundo hay cien millones de niños que viven en la calle dedicados
entre otras cosas a la prostitución, son refugiados o se han convertido en
pillos callejeros. Aunque el problema de los "niños de la calle"
se considera circunscrito a los países en vías de desarrollo,
desgraciadamente también afecta a nuestras grandes ciudades. Los
"niños de la calle" hoy, son considerados como la gran tragedia
fruto del crecimiento urbano.
Chuso de trece años es el responsable y portavoz -por aquello de ser el
mayor-, de un grupo de chavales entre nueve y doce años que tuvo que salir
por pies de aquel garito. "Soy el que tiene las cosas más claras, el
mayor y el jefe", es su tarjeta de presentación. Nada que objetar,
pensamos.
Hasta la fecha en España se han realizado muy pocos estudios sobre los
"niños de la calle". Fuentes de Cruz Roja aseguran que en los
subterráneos de nuestras ciudades viven sumergidos un número de niños sin
determinar que buscan en los grupos de amigos o en las pandillas,
sentimientos de cariño, protección e integración que a menudo les han
sido negados por parte de sus propias familias o en la escuela.
El Instituto de Estudios y Formación de Cruz Roja realizó hace unos años
una investigación en cinco grandes ciudades españolas donde este problema
era más acuciante y donde las Asambleas Provinciales de Cruz Roja Española
tenían una cierta tradición de trabajo con menores marginados. Estos
equipos observaron que entre estos niños se respira buen ambiente, aseguran
ser iguales entre sí y hacen todo lo posible por formar un fuerte engranaje
que hace las funciones de padre, madre y familia. Se sienten queridos y
protegidos por este ente abstracto que es la pandilla, donde por lo general
se reúnen un mínimo de ocho niños para juntos sobrevivir.
Entre mil maldiciones, Chuso confiesa que tienen que andar con mil ojos
porque a la mínima siempre aparece algún gracioso que se va de la lengua y
llama a la policía. "Nosotros no hacemos nada malo, ni molestamos a
nadie. Ellos entran por la fuerza y no preguntan, lo único que quieren es
llevarnos a uno de esos internados que son como cárceles", se queja
con indignación. "Algo más de la mitad del grupo de menores retenidos
por la policía -recoge dicho estudio- dice no haber recibido malos tratos,
mientras que casi la otra mitad afirma haber sido objeto de violencia
durante estas retenciones. El índice de malos tratos se eleva a medida que
aumenta la edad de los menores. Bilbao es la ciudad que registra mayor
índice de acusaciones contra la Policía Nacional, le sigue Barcelona y
Sevilla. En Madrid las acusaciones señalan con el dedo a la Policía
Municipal y en Barcelona los menores acusan a la Policía Autonómica de
malos tratos".
El resentimiento, la curiosidad, las ilusiones y la calle como medio de
subsistencia, son aspectos que aparecen con rapidez en las palabras de estos
chavales. Los "niños de la calle" en España -a diferencia de los
del Tercer Mundo-, rara vez viven permanentemente en la calle. Los casos
varían según la edad y la situación. En las encuestas que realizó este
equipo a estos niños, aparecieron casos de menores que no iban a casa
después de la salida del colegio, que llegaron a encontrar en la calle lo
que no hallaron en sus hogares e incluso hubo pequeños que aseguraron que
se habían fugado definitivamente y no aparecerían más por sus casas.
Los
"justicieros" brasileños, apoyados por los comerciantes, salen a
cazar al "menino da rúa"!. Cobran por ello, y lo consideran un
acto de limpieza social.
De este submundo que nos rodea, dos terceras
partes la forman los chicos, el resto son féminas. Como medio de
subsistencia y dentro del marco de la calle, practican la mendicidad en los
centros comerciales de las grandes ciudades; la venta ambulante en familia o
individualmente, para poder "sacar algo para vivir"; limpian los
cristales de los coches en los semáforos, ejercen de limpiabotas, recogen
cartones, chatarra para vender o se prostituyen. Esta última es una
realidad difícil de conocer de cerca pero que, según manifiestan, les
reporta más dinero en menos tiempo.
Cuando en la conversación -algo deshilvanada- surge el tema de la familia,
escuchamos a Chuso aquello de "yo no tengo familia", después hubo
un silencio. "Bueno, nunca me llevé bien con ellos pero si me mandas
elegir, yo casi te digo que prefiero a mi madre, por lo menos se puso alguna
vez delante de mi padre cuando me pegaba las hostias", concluye. En el
entorno familiar de estos niños, la mayoría de las veces existe un
problema de alcoholismo, droga o delincuencia por parte de algún miembro de
la familia. Como nota común los "niños de la calle" afirman
haber sido víctimas de malos tratos desde pequeños.
"No me gustan los libros, en la escuela tampoco tuve amigos. Prefiero
la calle, me ha enseñado muchas cosas", asegura nuestro personaje
callejero. El Instituto de Estudios y Formación comprobó a través de las
encuestas que la mayoría de los "niños de la calle" españoles
había empezado a estudiar en la escuela pero luego la fueron abandonando
sistemáticamente. Los recuerdos que guardan de su paso por allí son
desagradables, a veces incluso más duros de lo que llegaron a vivir en sus
entornos familiares.
Es curiosa la contradicción. A pesar de que manifiestan su rechazo hacia
conductas delictivas como robar o la droga, muchos de los menores acaban
participando precisamente en aquello que detestan. Algunos incluso son
utilizados como camellos domésticos por otros jóvenes y adultos. Al final
forman parte de esta rueda de grupos marginales, no se sabe si voluntaria o
involuntariamente.
Como el niño no resulta rentable ni económica ni electoralmente, los
gobiernos dedican muy pocos esfuerzos y recursos a la población infantil.
Se tienden a solucionar situaciones puntuales, pero no se aborda
definitivamente esta cuestión con una política de carácter preventivo.
La gente de a pie ignora el problema adoptando la técnica del avestruz. Dos
de cada tres personas entrevistadas asegura que "la presencia de los
niños en la calle es escasa o nula" y rápidamente desvían el
problema hacia la Administración.
El falso amor al niño hace que de vez en cuando se redacten leyes para
tranquilizar conciencias. En el fondo, éstos y otros niños que aún no se
han marchado de sus casas, piden en silencio un lugar en esta sociedad que
les considera una carga poco rentable.
Nuestras calles pueden llegar a ser una dramática réplica de las de
Brasil, o Washington, o Argentina, o.../ Mariló Hidalgo
FUENTES
CONSULTADAS:
"LOS NIÑOS DE LA CALLE", del Instituto de Estudios y Formación
de Cruz Roja.
"LOS ANGELES PERDIDOS", de Manuel Leguineche.
"NIÑOS DE LA CALLE", de Infomundi.
|
JAVIER
URRA ,
DEFENSOR DEL MENOR DE LA COMUNIDAD DE MADRID.
A falta de estudios recientes y
exhaustivos sobre el niño que sobrevive en las calles de las grandes
ciudades españolas, Javier Urra nos relata la realidad a través de las
experiencias adquiridas en su trabajo.
- ¿Cual es el perfil de un niño español de la calle y qué
motivos le impulsan a vivir así?
- Yo creo que tanto en Madrid como en España tenemos un cuarto
mundo dentro del primero, una realidad que se nos olvida en la que
podemos distinguir tres tipos de situaciones. Una es el niño que está
en un ambiente normalizado, en una casa maja, en un buen colegio. No es
que esté en la calle, pero sí está desasistido en atención y
escucha. Este es un hecho más general. Luego hay un segundo bloque de
niños que son primordialmente de etnia gitana cuya fórmula de vida
hace que su asistencia escolar sea normalmente ocasional. Pero si yo
tuviera que decir cuál es el niño de la calle por excelencia -solo,
tirado, buscándose la vida-, ese es el niño de Marruecos que muchas
veces viene solo. En las grandes ciudades sobre todo, tenemos zonas
donde hay asentamientos terribles, principalmente de inmigrantes que
llegan de manera ilegal que pasan hambre. Con ellos vienen los niños
que están en la calle. Es una realidad que existe y que va a ir
incrementándose día a día porque el hambre no tiene fronteras.
"Hay
que dar una respuesta ética y no hipócrita: que el que resida
en nuestro país tenga los mismos derechos que el que nace
aquí". |
- ¿A qué peligros están expuestos los niños en las calles
de nuestro país?
- Muy sencillo, 24 horas al día para sobrevivir sin dinero es
un riesgo seguro para un niño o para un adulto. Para un menor las
tentaciones son claras: desde la sustracción económica hasta la
prostitución.
- ¿Qué imagen nos está quedando de todo esto y qué está
sucediendo en realidad?
- Si no se consigue protección para estos menores pronto, la
conclusión de la ciudadanía puede ser totalmente errónea, es decir,
que son unos delincuentes que se prostituyen. Pero la realidad es otra.
Son niños remitidos a una sociedad en graves dificultades, con una
cultura y un ambiente que es, no digo hostil, pero sí desconocido, y
donde la única forma de sobrevivir es esa. No es que vengan ya con esa
actitud, es que es su salida, porque nadie va a ofrecer un puesto de
trabajo a un chaval de 14 años sin papeles, que viene de Marruecos.
- ¿Por qué hay tan pocos estudios en España sobre el tema?
- Pues porque no hemos tenido ese problema hasta ahora.
- ¿Es un fenómeno creciente?
- Sí, sí, eso seguro. Tendría que hundirse mucho la economía
española para que a ellos no les fuera rentable. Y nuestro sistema de
justicia también es mucho más leve que el de ellos, por eso muchas
veces se encuentran aquí mucho más a gusto. Lo que nosotros tenemos
que hacer es incrementar los sistemas y bajo ningún concepto crear
guettos. Hay que crear albergues y ayudarles, pero siempre con un
mediador de su propia cultura, porque si no se puede recibir como una
respuesta sancionadora, cuando no es eso. Ha de ser una respuesta
protectora.
"24
horas al día para sobrevivir sin dinero es un riesgo seguro
para un niño o para un adulto. Las tentaciones son claras desde
la sustracción económica hasta la prostitución". |
- ¿Qué ayudas reciben por parte del Gobierno?
- Pues tienen muchos derechos: a la Sanidad, a la Educación,
enseguida se pone uno en contacto con ellos y les ofrece un centro de
acogida. Es decir, que sí se les dan opciones, lo que pasa es que hay
de por medio razones que pueden ser incluso culturales. Hay muchachos de
14 ó 15 años que lo último que quieren es estudiar, lo que quieren es
ganarse la vida, trabajar. Son criterios distintos.
- ¿Qué respuesta está pidiendo este problema?
- Lo único que hay que hacer es dar una respuesta ética, y no
hipócrita. Y esta respuesta es que el que resida en nuestro país tenga
los mismos derechos que el que nazca aquí. No se trata de abrir las
puertas y de decir que venga el que quiera y se quede el tiempo que
quiera, porque al final esta sociedad se volvería en contra, pero lo
que no se puede hacer es ser conscientes de que están aquí y dar la
espalda a una realidad. Eso el Defensor del Menor no lo va a permitir.
- ¿Y qué lagunas encuentras en este momento con respecto al tema
de los niños de la calle?
- En que no se ha hecho un trabajo real. Aquí cada uno da su
opinión, pero no hay una política clara para ver qué hacemos con esta
realidad. Hasta hace poco éramos una sociedad de inmigrantes, ahora
viene la gente aquí. Nos falta educar a la sociedad en la convivencia
porque ahora sí vamos a empezar a ser de otros colores y a tener otras
formas de pensar. Y hasta el momento hemos sido muy tolerantes y nada
racistas; ahora es la ocasión de comprobar si es cierto. |
PEGAMENTOS PARA VOLAR. DESPEGARSE DE
LA REALIDAD
Cuando
el deseo de evasión es tan grande como el que tienen estos niños, no
hay que complicarse la vida en busca de drogas caras y refinadas.
Pegamentos y derivados cumplen los objetivos de esos pequeños: quitan
el hambre, les despiertan, generan euforia y alucinaciones ocasionales.
La OMS estima que en Latinoamérica nueve de cada diez niños de la
calle se droga con cola industrial. El culpable de su adicción es el
tolueno, un componente altamente tóxico que genera grandes beneficios
en ventas a las dos empresas estadounidenses que acaparan el mercado del
pegamento en Latinoamérica. Cifras aterradoras siembran las ciudades de
niños que roban por un bote de pegamento. En solitario o en grupo
buscan un lugar apartado en el que abrir su preciado tesoro. Luego
aspiran profundamente. La realidad que este mundo les ha destinado está
lejana.
En Tegucigalpa (Honduras) estos niños adictos al pegamento se conocen
como "los resistoleros" porque la marca que genera su evasión
es el Resistol. La fama del pegamento es tal que la mayoría no sabe
cual es su verdadero uso.
En la actualidad los países andinos, sobre todo Bolivia, Colombia y
Perú, se llevan la palma. La nueva droga es el "basuco", que
contiene queroseno, ácido sulfúrico y otros productos químicos que
generan más euforia y más adicción que el pegamento. Se mezcla con
tabaco y se fuma. En ocasiones los propios niños son víctimas de los
adultos, que los inician en la adicción para que sean clientes estables
y les sirvan de mensajeros. Sus inocentes dedos acusadores sólo
señalan a un culpable: el mundo de los adultos. |
ASOCIACION PROYECTO "MI
CASA"
En
1992 cuatro españoles, sensibilizados por la problemática de los
"niños de la calle" en Latinoamérica pusieron manos a la
obra para ayudar de manera efectiva a los niños de la ciudad de El Alto
(Bolivia). Primero amigos y familiares les echaron una mano con la
financiación, luego se sumaron otros colaboradores como Manos Unidas,
Cáritas,... Hoy se han consolidado como la ONG Asociación Proyecto
"Mi Casa", con sede en la c/Llucà 38-40 4º 3ª 08028
Barcelona. Para colaborar con ellos su cuenta es: Caja de Madrid. Ent:
2038. Ofic: 9207. D.C:21. nº cta: 4500018705 |
FUSION OPINA
|
Hemos
construido una sociedad en la cual los niños y los ancianos molestan,
incordian, entorpecen el absurdo correr cotidiano hacia ninguna parte.
Los niños necesitan tiempo, dedicación, paciencia y mucho amor.
Es como plantar una semilla y cuidar de ella hasta que se convierta en un
árbol y dé sus frutos. Pero las cualidades necesarias para cuidar y
educar a los niños son precisamente las que esta sociedad, construida
sobre las prisas y el egoísmo, se encargó de destruir.
Cien millones de niños viviendo la aventura diaria de sobrevivir a la
crudeza de la calle y, en muchos casos, a la persecución despiadada de
los mayores, son demasiados niños como para que podamos dormir
tranquilos. Es una cifra que casi, casi resulta increíble, inimaginable.
Pero, lamentablemente, es verdad. Y constituye, por otra parte, la nota
que define a esta humanidad absurda que es capaz de gastarse millones de
millones en armas para autodestruirse y que es incapaz de preparar a las
nuevas generaciones para que construyan un mundo mejor.
El hombre, desde su ignorancia, no comprende que está hipotecando su
futuro, porque está destruyendo la pureza, la ilusión, la imaginación,
la sencillez, todo aquello que define al niño y que tanta riqueza aporta
al mundo de los mayores.
Y cuando un adulto pierde al niño que hay dentro de él y que le debe
acompañar toda su vida, entonces sólo queda una máquina fría,
insensible, autómata.
El tiempo se encargará de pasar la factura de lo que se está haciendo
ahora con los niños. Una factura dolorosa. |
| |
|