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Salir del infierno
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Sahar Gul, una adolescente afgana de 15 años, acababa de ser liberada de un calvario atroz. ![]() Desde entonces está siendo atendida en el hospital Wazir Akbar Khan, de Kabul, donde su estado sigue siendo gravísimo. Tiene que llevar pañales y, cuando las enfermeras intentan tomarla de la mano se retrae espantada. Ha sufrido tanto que no tolera el más mínimo contacto humano... Cuentan sus vecinos que, en varias ocasiones, se había escapado a pedirles auxilio, clamando que su familia política quería prostituirla, pero la policía la devolvía, invariablemente, a su domicilio. Sólo cuando uno de sus tíos intentó visitarla, se descubrió su terrible situación y pudo, por fin, ser rescatada. Este tipo de noticias sobre las mujeres afganas no es nueva. Según un reciente informe, el 87 % de ellas han sufrido alguna forma de violencia física sexual o psicólogica, como lo es el matrimonio forzado. Dado a que el huir de un marido abusivo o de un casamiento obligado son considerados 'crímenes morales', hay en la actualidad muchas mujeres afganas en la cárcel por esos motivos. Padecen también el extremo de una consecuencia tan trágica como absurda: muchas víctimas de violación han sido obligadas a casarse con su violador o han sido encarceladas y hasta lapidadas, ya que el sexo fuera del matrimonio es considerado adulterio, otro 'crimen moral' que ha avergonzado a sus familias, quienes lavan así su honor. Fawzia Koofi se ha convertido en la primera mujer que ocupa el puesto de vicepresidenta en el parlamento afgano. Ser mujer en Afganistán es una cárcel tan inexorable como los gruesos burkas que cubren sus cuerpos... No hay para ellas ninguna vía de escape. "Si huyen, ¿dónde van? Si se dirigen a la policía o a cualquier autoridad local, lo más probable es que las reenvíen a sus familias o las encarcelen. Y cuando vuelven los abusos aumentan", comenta Heather Barr, investigadora de Human Rights Watch en Kabul. El actual Gobierno, presionado por la comunidad internacional, intenta cambiar esta terrible realidad, pero choca contra las costumbres ancestrales heredadas de la defenestrada cultura talibán: la compra-venta de mujeres para el matrimonio, las bodas infantiles o forzadas, las violaciones y el baad (regalo de una mujer para resolver una disputa familiar). En el país donde se viola cotidianamente hasta a pequeñas de tres años, tampoco los niños varones se salvan. En el festejo ancestral bacha-bazi (juego de niños), hacen vestir a los chiquillos como a niñas y bailar para los hombres musulmanes que luego los violan. Más tarde, por la noche, cuando ya nadie baila, los niños son dados a amigos, para favores sexuales. No es nada raro que al final de la noche, estos pequeños tengan un nuevo propietario, ya que en estas fiestas son comprados y vendidos. En medio de este infierno para los derechos humanos, tímidamente se enciende en el negro horizonte una débil luz en la oscuridad: Fawzia Koofi se ha convertido en la primera mujer que ocupa el puesto de vicepresidenta en el parlamento afgano. Pese a haber sufrido varios intentos de asesinato y toda clase de amenazas, esta médica viuda de 46 años sigue adelante y acaba de afirmar que se presentará como candidata para las elecciones presidenciales de 2014. Fawzia representa, seguramente, la antorcha de la libertad para las mujeres afganas. Esperemos que le permitan alcanzar sus objetivos y, también, que Sahar pueda dejar definitivamente su infierno en el olvido. Δ
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