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Los muertos queridos
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![]() De vez en cuando, en medio de algún día agotador, mientras pulsamos las teclas de la calculadora haciendo frenéticos cálculos matemáticos o nos ponemos el móvil al oído, alzamos distraídamente los ojos y los vemos. Sonriendo. ¿Dónde están? Recordamos con cierta culpa que hace mucho pero muchísimo tiempo que no vamos al cementerio a llevarles flores. Pero también sabemos que no queremos volver a experimentar la frustrante sensación de vacío e impotencia, de futilidad, de darnos la cabeza contra la pared, que supone el visitar, Nos gusta creer que están aquí, cerca de nosotros, rondando como encantadores fantasmas, abriendo puertas, soplando la tela leve de las cortinas hasta hacerlas volar, rozando los pétalos de las rosas que languidecen en el florero.esgrimiendo un ramo de claveles blancos, la tumba solitaria en la que reposan esos pocos huesos silenciosos. Después de musitar sin mayor convicción alguna oración aprendida en la infancia, depositamos las flores cuidadosamente. Esperamos. Nadie nos agradece, nadie nos responde. Regresamos lentamente a casa. ¿Sirvieron de algo la visita, la plegaria, los claveles? Nunca lo sabremos. A veces, nuestro cerebro, con esa implacable y minuciosa memoria que supera a la más sofisticada de las calculadoras, resucita sensaciones perdidas para siempre. Un perfume especial, el estallido feliz y sonoro de una carcajada, ciertos pasos leves sobre las baldosas del pasillo cercano, la luz de una mirada significativa. Sensaciones registradas indeleblemente en cada una de nuestras neuronas y fijadas milagrosamente por el dolor de la pérdida. Allí están y allí se quedarán, para que las repasemos en los momentos de nostalgia. ¿Dónde están ellos, sin embargo? Nos gusta creer que están aquí, cerca de nosotros, rondando como encantadores fantasmas, abriendo puertas, soplando la tela leve de las cortinas hasta hacerlas volar, rozando los pétalos de las rosas que languidecen en el florero. Cada pétalo que cae puede ser un mensaje trunco… ¿Dónde están? Sopesamos las distintas posibilidades. El cielo, el infierno, el purgatorio, el limbo, la reencarnación en otro cuerpo, el nirvana budista, el oscuro abismo de la nada, alguna central de energía cósmica errante en el espacio… O, quizá, simplemente, aquí, en nuestro corazón. Δ
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