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El chico que danza
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![]() En una cultura como la afgana, en la que los dos sexos viven estrictamente segregados, en la que las mujeres están cubiertas por espesos burkas y les está prohibido bailar o exhibirse, los niños se han convertido en iconos eróticos y en objetos de deseo. El Islam odia la homosexualidad, pero tolera la pederastia. Poseer a uno de estos niños es símbolo de status para los hombres poderosos: gobernantes, altos mandos del ejército, ricos comerciantes y políticos encumbrados, todos ellos casados y con hijos, a veces de la misma edad que sus 'muchachos'. Los niños, vendidos por padres pobres o huérfanos recogidos de la calle, son obligados a aprender a cantar y a bailar con provocativos gestos femeninos, al son de las pulseras de campanillas atadas a sus tobillos. El que se rebela es castigado duramente hasta que se doblega o es apaleado hasta la muerte. Amenazados y maltratados, pronto se resignan a su suerte. Se los explota en celebraciones y con clientes particulares, o se les destina para uso privado, como concubinos que deben llamar a su amo respetuosamente 'mi señor' y mostrarse agradecidos por su protección. Los soldados occidentales que ocupan actualmente Afganistán suelen ver, entre atónitos y horrorizados, cómo algún hombre maduro se pasea de la mano de un niño bonito, exhibiéndolo orgullosamente como si fuera su hijo. A los 19 años, cuando se les acentúan los rasgos masculinos y dejan de ser los bellos efebos andróginos de la adolescencia, los retiran de la profesión. Muchos de ellos se dedican, entonces, a la compra, entrenamiento y disfrute de otros niños, cumpliendo la ley inexorable que establece que la víctima abusada, a manera de compensación, se convierte a su vez en verdugo abusador. Aunque hace pocos años el Bacha Bazi estaba prohibido por los Talibán, en la actualidad se encuentra en pleno auge. Los soldados occidentales que ocupan actualmente Afganistán suelen ver, entre atónitos y horrorizados, cómo algún hombre maduro se pasea de la mano de un niño bonito, exhibiéndolo orgullosamente como si fuera su hijo. Pero no lo es, simplemente se trata de su 'pequeño amante', su 'muchachito', su 'chico que danza'... El Bacha Bazi ("Juego con niños") es un tema del que no se habla en Afganistán, aunque no es más que la prolongación de otra práctica, en inglés Man-love Thursday ("Amor de hombre del jueves"), que establece que la noche de los jueves, equivalente al sábado por la noche en Occidente, los hombres se entreguen al sexo homosexual, a falta de otro mejor. Suelen afirmar: "Para hijos, la mujer; para placer, el niño; para éxtasis, la cabra..." Y comentan que, ya que las mujeres son "sucias" (están contaminadas por su período menstrual), prefieren enamorarse de los niños, que están "limpios". Costumbres que, no por muy arraigadas que estén desde hace siglos, dejan de escandalizar a los extranjeros. El diario Toronto Star relató el año pasado que los soldados canadienses se horrorizaban de ver a los niños pequeños que, obligados por sus padres o sus amos, merodeaban por los cuarteles para ofrecer sus servicios sexuales a los soldados afganos. El mismo artículo incluía la declaración de un soldado del Canadá que había presenciado, en junio de 2006, una violación anal tan brutal, por parte de un soldado afgano a un niño, que las heridas provocadas habían dejado salir los intestinos al exterior del cuerpo de joven. En un país en que el Primer Ministro, Hamid Karzai, pertenece a la etnia Pashtun (que adhiere masivamente a estas prácticas y que, por lo tanto, las contempla con indulgencia), poco es lo que puede hacerse desde fuera para erradicarlas. Como afirmaba el periodista australiano Patrick Cockburn: "Una razón por la que los campesinos afganos prefieren al anterior régimen talibán es que las actuales fuerzas de seguridad gubernamentales suelen capturar a sus hijos para sodomizarlos". A pesar de los indignados reclamos de la ONU y de las enérgicas condenas de los líderes religiosos, que afirman que cualquiera que quebrante de esta manera la ley islámica debe ser apedreado hasta morir, la aberrante práctica, desgraciadamente, va en aumento. Mientras no puedan mirar el rostro o la figura de una mujer, ni dirigirle la palabra hasta el día de la boda, los hombres afganos deberán seguir recurriendo, enfermizamente, a las imágenes de los niños más bellos para poblar sus fantasías eróticas. Δ
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