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La contemplación del verbo
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nuestro altar sea el pesebre de Jesús. nuestro encuentro el gozo de adorarle. La unión de nuestras almas con el Niño nos trasciende y nos engendra otra luz, otro firmamento, otra poesía, otro edén. El Verbo se encarna y se hace vida, la vida incorpora un bello lenguaje, el del Creador, una forma visible de Dios. Junto al Verbo, todo es celeste luminaria, es la manifestación más profunda del ser, su loa: quien ve al Niño, al Padre ve. Sea, pues, nuestro caminar espejo, resplandor de esa llama del Verbo, la que rodee y envuelva nuestra alegría. Se han disipado las nubes, las tinieblas, las densas noches que nos sepultan, porque ha nacido el Verbo que nos renace. Bajo su humilde portal creció la paz, y empezó a crecer una tierra nueva, y a decrecer la soledad y el abandono. Con el don del Verbo, dejémonos guiar. No hay mayor tesoro que sentir su mano. Necesitamos sus caricias, volver a ser Niños. Dejémonos conmover por la inocencia. El amor de Dios es tan tierno como eterno. Pidámosle al Verbo que nos ayude a caminar. No pasemos de largo ante el Niño de Belén. Busquémoslo en cada esquina de nuestro ser. No tengamos miedo que el corazón se conmueva. Hagamos el propósito de ir a su encuentro. Quien al Niño-Dios busca, la bondad halla. Los pastores de Belén son el referente de amor. Eran pobres para conocer el sacrificio de dar. Eran dóciles al mensaje divino del Verbo. Y sobre todo eran, todo corazón y poesía. Δ
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