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La angustia
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Son las siete de la mañana del día 3 de agosto del dos mil ocho. Domingo, por añadidura y todavía virgen. ¿A quién le importa esto? Seguramente a nadie, por inocuo. Zurea una paloma en los alrededores proclamando, tal vez, la salida del sol. Es la hora en que el sueño se estrella en las gargantas incontinentes de los gallos y en los chisporroteos crecientes de la aurora. Es obvio que hay lugares donde el amanecer se viste todavía con un traje de noche, pero insisto: ¿A quién le importa esto? A nadie, por elemental carencia de interés. A la gente le importan otras cosas, por ejemplo: que al despuntar el día, todo huela a café y a mermelada. Que el frigorífico reviente de bienestar acumulado y renovable. Que el coche nos espere en el aparcamiento con dos litros de más, por si hay que ir al mercado o a la playa. ¿Que además amanece con dulzura? Bendito sea Dios, benditos sean los zureos de todas las palomas del mundo y que amanezca en paz En paz, repito, porque la noche de los sábados acaba con frecuencia al mediodía de los domingos. Y a estas horas hay ojos que nadan en alcohol, mientras el genio de la sociedad y los predicadores de todas las iglesias -política incluida- habitan las profundidades sordomudas del desentendimiento. Por lo que cabe preguntar: ¿Le preocupan a alguien estas cosas? Y, más concretamente: ¿A quién le importa la nieve que esta noche ha caído en el monte de la respiración, que es la ingente nariz de la conciencia satisfecha? Es verdad que son muchos los que sufren por ello, pero al gato nadie le pone el cascabel… 2 Sale el sol por el frente, levantando en su entorno una nube de fuego y de belleza ¿Vale decir que me impresiona? De acuerdo, me impresiona. Menos mal que la luz le da otra vez al mar sus horizontes y la mierda se va a las cañerías. Borges diría que “de nuevo el mundo se ha salvado”, pero los técnicos anotan, en los análisis meticulosos de las alcantarillas, el avance de nuestra larga enfermedad. No obstante, cualquier amanecer es digno de celebración si, cuando el gallo canta, no lo hace sólo en Zaragoza, sino también en las arterias de los desiertos, en las charcas del mapa universal y en los bolsillos inconsútiles de los desnudos por falta de justicia. La noche se ha gastado en artificios, pero yo pregunto: ¿A quién le importa esto, pregonero del alba? A nadie, salvo a aquellos que, un día y otro día, entre espinas de amor y llantos de impotencia, han sentido en la sangre el borboteo amargo de la angustia. Δ (*) www.mestrada.net Paisajes Literarios
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