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Acerca de la política y todo eso.
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Hay que guardar coherencia con uno mismo y obrar en consecuencia. Recordemos que antaño era imposible que las mujeres pudieran votar, o que los trabajadores dispusieran de vacaciones pagadas, por ejemplo. Pero esto pudo cambiar gracias a un cuestionamiento del recetario socio-moral que nos viene dado, y una respectiva lucha por aquello que creemos más justo. Hoy en día, gracias a —o por culpa de— la Era de la Información, por cada artículo donde un refutado economista argumenta que esas propuestas son sostenibles, aparece otro que dice totalmente lo opuesto. Reduciéndose nuestra opinión —aparentemente— a un acto de fe. Y no olvidemos que «la fe funciona en la medida en que se cree en ella». Este es el campo de batalla que les interesa a algunos, pues es más fácil creer en lo-que-ya-hay (aunque no nos guste, sabemos que existe), que en lo-que-puede-haber (aunque nos guste, no sabemos si existe). Nuestro yo prehistórico reaccionaba de esta manera: lo conozco, me acerco; lo desconozco, me alejo. Pero ahora disponemos de una herramienta evolutiva para encarar este «vacío»: el logos (la razón). Jonathan Haidt encabeza una corriente psicológica que sostiene que la mayoría de nuestros juicios morales y opiniones son meramente intuitivos, automáticos, más guiados por la emoción que por el acto reflexivo en sí. Y la política no puede verse simplificada a un partido de fútbol donde coreamos el nombre de nuestro equipo a la par que aplaudimos sus patadas y escupimos a todo aquel que lleve una bufanda de otro color. En sus orígenes, la política estaba directamente ligada al concepto de justicia (el arte de vivir-bien en su sentido más amplio). Con lo que me pregunto: ¿cómo vamos a vivir-bien si ni siquiera nos atrevemos a encarar este «vacío», si no somos capaces de cuestionar lo-que-hay y proponer o apoyar lo-que-no-hay? No hablo de cambiar el mundo en un día, sino de tener el valor para marcar el camino que queremos seguir. Δ
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