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Putin de nuevo
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Están de enhorabuena quienes durante los últimos cuatro años han señalado una y otra vez que el actual presidente ruso, Dmitri Medvédev, no era sino una figura de segundo orden claramente subordinada a la de su antecesor, Vladimir Putin, primer ministro desde 2008. ![]() Como es sabido, Medvédev acaba de anunciar su apoyo a la candidatura de Putin para las elecciones presidenciales que deben celebrarse el año entrante. Recordemos los datos fundamentales de esta historia. Cuando, en 2008, se organizaron las anteriores presidenciales la mayoría de los analistas dio por descontado que en la cúpula de poder en Rusia se escenificaba un juego de apariencias. Como quiera que Putin, el hasta entonces presidente, no podía, Constitución en mano, volver a presentarse -existía un tope de dos mandatos consecutivos-, se promovió la candidatura de Medvédev, en el buen entendido de que este último se esperaba que actuase como un hombre de paja. La interpretación más extendida sugiere que las dos figuras que nos ocupan procedieron a intercambiar sus capacidades: si hasta entonces el grueso del poder recaía en el presidente, que controlaba directamente los llamados 'ministerios de fuerza' en detrimento del primer ministro, en adelante sucedería lo contrario. El nuevo presidente, Medvédev, debía asumir un papel fundamentalmente simbólico-representativo en tanto en cuanto el primer ministro, Putin, veía fortalecidos sensiblemente sus poderes. El nuevo presidente, Medvédev, debía asumir un papel fundamentalmente simbólico-representativo en tanto en cuanto el primer ministro, Putin, veía fortalecidos sensiblemente sus poderes.Es verdad que en los últimos años han sido varios los argumentos que han venido a contestar, cautelosamente, el relato anterior. Reduzcámoslos a tres. El primero refiere la impronta de poder que acompaña de siempre al cargo de presidente en Rusia (el país se ha dotado de un modelo formalmente sempresidencialista que en los hechos opera, sin embargo, con arreglo a los códigos del presidencialismo más aberrante). Conforme a esta visión de los hechos, aun cuando Medvédev hubiese acatado en principio un papel de segundo plano, la condición de su puesto se habría traducido una y otra vez en un impulso encaminado a asumir un creciente protagonismo. El segundo de esos argumentos nos recuerda que la irrupción de la crisis financiera -que ha tocado a Rusia tan severamente como lo ha hecho con otros tantos países y se ha traducido en un abrupto final para la era de bonanza que caracterizó los dos mandatos presidenciales de Putin (2000-2008)- ha obligado al todavía presidente Medvédev a perfilar actitudes más agresivas y le ha otorgado, en consecuencia, un papel más relevante del previsto en el guión. Agreguemos, en fin, y en tercer lugar, que no faltan los estudiosos que no dudan en identificar del lado de Medvédev una condición bien diferente de la que acompañaría a Putin. En virtud de su formación como jurista, el primero arrastraría una actitud más respetuosa que la de su antecesor -y más que probable sucesor- en relación con las reglas del Estado de Derecho, circunstancia que habría provocado, según esta visión, más de un choque entre ambos. Parece servida la conclusión de que ninguno de los tres argumentos anteriores ha sido suficiente para darle alas a una competición abierta entre las dos figuras políticas de las que hablamos, por lo que en los hechos, y en estas horas, no queda otro remedio que ratificar el diagnóstico que se formuló en 2008. Es cierto, eso sí, que para explicar el apoyo de Medvédev a la candidatura presidencial de Putin en 2012 no hay que ir muy lejos. Más allá del buen sentido del diagnóstico invocado se impone recordar que lo que acaso ha pesado más ha sido un prosaico y racional cálculo del partido del poder en Rusia. Éste, consciente de que los problemas son muchos y de que la popularidad de los dos dirigentes invocados ha ido erosionándose, habría buscado el revulsivo más lógico, que no es otro que el que se levanta sobre la base del recuerdo de la bonanza que marcó los años de presidencia de Putin. Convengamos, eso sí, que se trata de un revulsivo no exento de equívocos. Y es que, y al cabo, la bonanza en cuestión más le debió a factores externos -la subida operada en los precios internacionales de las materias primas energéticas- que al talento del presidente ruso de aquellos momentos. Más difícil, mucho más, lo tendrá Putin a partir de 2012. Δ Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política y Administración en la Universidad Autónoma de Madrid. www.carlostaibo.com
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