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La realidad supera la ficción
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Vivimos más vigilados que nunca. Cámaras en las calles para evitar la prostitución o los robos; cámaras en los transportes públicos; cámaras de vigilancia en nuestros edificios y casas por miedo a ser robados; cámaras en las tiendas y grandes superficies; scanners de cuerpo en los aeropuertos; posibilidad de que las autoridades “pinchen” nuestros teléfonos o nuestras comunicaciones vía Internet, puertas blindadas, rejas en las ventanas… todo por nuestra seguridad. Sin embargo, los ciudadanos permanecemos inseguros.Muchos son los que piden videocámaras en sus barrios para sentirse más protegidos o los que exigen más presencia policial en las calles o los que montan un sistema de vigilancia en sus casas. ¿Qué espacios nos quedan para ser libres? Muchos son los que piden videocámaras en sus barrios para sentirse más protegidos o los que exigen más presencia policial en las calles o los que montan un sistema de vigilancia en sus casas. ¿Qué espacios nos quedan para ser libres? Algunos, como el ex ministro inglés Charles Clarke establecen jerarquías de las libertades. Así según Clarke, “la libertad de no ser filmado por una cámara no es tan grande como la libertad de tener un juicio justo (...) los ciudadanos aceptarán algunos sacrificios en su libertad en ciertas circunstancias”. Sin embargo, no todo está perdido. Parece que se están produciendo algunos cambios en el seno del país que impuso la “locura” por la seguridad. Estudiantes de Derecho de la prestigiosa Universidad de Harvard han demandado a la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA en sus siglas en inglés) por violar la cuarta enmienda de la Constitución estadounidense. Ésta habla de la protección de los ciudadanos a los registros excesivos e inmotivados. Estos estudiantes vieron “excesivo e inmotivado” el cacheo integral al que fueron sometidos en un aeropuerto. Además, se han alzado voces en Estados Unidos que piden que se deje de tratar a los ciudadanos como si fueran el enemigo o como delincuentes. A pesar de que no se han vuelto a producir ataques terroristas, como los vividos en Nueva York, Madrid o Londres, las medidas de seguridad han ido aumentando poco a poco debido a la psicosis colectiva y al ingenio “de los malos”. Así, nos descalzamos en los aeropuertos porque alguien intentó colar explosivos en la suela de los zapatos o no podemos llevar líquidos porque un grupo intentó un ataque con líquidos explosivos o nos tienen que cachear porque a un loco se le ocurrió de utilizar explosivos plásticos. La historia está plagada de ejemplos de grandes civilizaciones que se obsesionaron con la seguridad y que nada pudieron hacer, como nos recuerda Xosé Luis Barreiro Rivas, en un artículo de 2005: “para defenderse de los nómadas, tres dinastías de emperadores chinos levantaron una muralla de 6.000 kilómetros de longitud. Su construcción se prolongó durante quince siglos, y ocupó a medio millón de hombres. Pero los nómadas entraron por otro sitio, y la muralla solo fue útil para China cuando se convirtió en polo de atracción de millones de turistas. También los romanos creyeron que era posible impermeabilizar la frontera del Norte, prohibiendo la construcción de puentes y barcazas en el Rin y el Danubio. Pero el día 31 de diciembre del año 406 se heló el Rin, y toda la caballería vándala cruzó el caudaloso río, camino del Mediterráneo”. Si no hacemos algo pronto, la historia se repetirá. Construiremos nuevas murallas, cámaras de vigilancia, radares, patrulleras, fronteras más altas… que crearán nuevos miedos y odios y que de poco servirán en la construcción de un mundo mejor, más seguro y, sobre todo, más libre. Δ Ana Muñoz Álvarez. Periodista. CCS
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