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Después de Grecia, España y Portugal
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Joaquín Almunia, comisario europeo para los asuntos económicos y monetarios ha dicho por fin en voz alta lo que desde hace meses se dice en voz baja en Bruselas: después de Grecia, España y Portugal están desde ya señalados como los países más preocupantes de la zona euro. ![]() Los medios financieros están preocupados por la situación española. La Comisión que los escucha exige “reformas” haciéndose así eco de las ya antiguas reivindicaciones de los patrones españoles sobre la “flexibilización” del mercado de trabajo. Pero focalizar los problemas de España, como los de otros países involucrados, sobre las “reformas” de las políticas públicas oculta en realidad la cuestión de fondo: las desigualdades del desarrollo. Existentes desde la adhesión de España a la Comunidad económica europea (CEE) en 1986, subestimadas en el momento de entrar a la zona euro, se ampliaron y se profundizaron debido a la política de competencia promulgada por Bruselas. Europa no ha escapado al revelador de la crisis, subrayada una vez más por la importancia de la relación estructural entre el tejido productivo y el instrumento monetario. Si dejamos de lado a los EEUU en donde el valor de la moneda no está determinado tanto por el valor de la moneda sino por el “privilegio” de la imposición del dólar al resto del mundo en los años 70, se comprueba que la crisis ha puesto fundamentalmente una cosa al descubierto: los países que mejor han resistido son los que tienen una verdadera economía industrial en cuyo seno la correlación entre la moneda y el sistema productivo es consustancial. China, potencia industrial con moneda propia (débil), India y Brasil, países industriales cuya moneda se halla indexada sobre un dólar débil: Alemania, potencia industrial exportadora, sobre dentro de la zona euro y beneficiada por el euro fuerte, son países que han soportado el choque frente a la explosión del sistema financiero. Está también el caso de Francia protegida por una política de créditos que no fueron derivados a la demagogia hipotecaria y por su tradición estatista. Está por lo tanto escrito que Bruselas y el Banco Central Europeo, ejerciendo una dura presión sobre España, Grecia y Portugal contribuirán a que los pueblos -ya víctimas de la crisis-, paguen las rigideces del pacto de estabilidad.Por el contrario los países en los que la divergencia entre el valor de la moneda y el sistema productivo es muy grande, han sufrido temibles daños; tal el caso, entre otros de España en la que su incorporación a la zona euro jugó durante diez años como una ilusión y no le permitió equilibrar las disparidades estructurales que la separaban de los países más avanzados de la zona. Se desarrolló (como en Irlanda) una economía especulativa de “casino” vinculada al sector inmobiliario, haciendo que el país viviera por ![]() Resultado: es verdad que la pertenencia a la zona euro permitió una mejor manera de enfrentar la crisis, pero no ha sido suficiente ya que las debilidades de esta zona, vinculadas a la enorme desigualdad de desarrollo de sus miembros, aparecen con mayor intensidad. Algunos se plantean si seguir manteniendo a Grecia en el euro, porque las “bases” de este país como asimismo las de España o Portugal, van a mantenerse divergentes del pacto de estabilidad hasta por lo menos el 2013. Los tres condicionantes del pacto (no más de un 3% para el déficit presupuestario y de 60% para la deuda pública: inflación del 1,5%) serán imposibles de respetar sin restricciones presupuestarias extremadamente duras e importantes reformas estructurales. Las perspectivas son de un 15% de desocupación, una deuda pública de alrededor del 74% y un déficit que será difícil bajar del 12,7 en 2009 y del 3% en 2013. Dicho de otro modo, España, pero también Grecia (cuyas cifras son más alarmantes) y Portugal, deben comenzar a pagar de verdad su entrada en la zona euro: los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht funcionan para ellos como una verdadera guillotina. Nada ha sido previsto para enfrentar este tipo de situaciones: ni la posibilidad de salir de la zona euro para proceder a una devaluación competitiva y regresar luego, ni previsiones para ayudar a los países en dificultades. Los medios financieros están preocupados por la situación española. La Comisión que los escucha exige “reformas” haciéndose así eco de las ya antiguas reivindicaciones de los patrones españoles sobre la “flexibilización” del mercado de trabajo.Se pueden vislumbrar por lo menos tres soluciones. La primera simbólica y políticamente devastadora para el proyecto europeo es la salida del euro. Pareciera por mil razones a excluir. La segunda poner a los países involucrados bajo la tutela de Bruselas. Tal es ya el caso de Grecia. Las “reformas” que se le han impuesto son conocidas: reducción de las políticas públicas, desregulación del mercado del trabajo, reforma (necesaria) del régimen de jubilaciones, etc. Tendrá que tener mucho coraje el gobierno que deba cumplir estas imposiciones bajo tutela. La tercera solución es política. Puede complementarse con la anterior haciendo más soportables las “reformas”. Consiste en una flexibilización de los criterios de convergencia, que permita a los países involucrados jugar con los déficit públicos y el endeudamiento en un marco definido por la Comisión europea y por un período determinado. Puede lograrse sin cambiar la letra de los tratados, sobre una base reglamentaria, definida por consenso. Este tipo de flexibilización ya fue aplicada a Francia y Alemania en marzo de 2005 -a título “excepcional y temporario”- para encarar reformas escalonadas en el tiempo: fue acompañada por todos al comienzo de la crisis. Hoy en día es más que necesaria para España y los otros países en dificultades. Pero debería convertirse en un derecho tanto tiempo como se tarde en lograr cierto grado de convergencia entre las economías involucradas en el euro. La solidaridad europea sería así una realidad. España, que preside la UE hasta junio de 2010, podría encontrar aliados de peso (Francia, Italia y aún otros) si planteara una propuesta en tal sentido. Se tendría entonces en principio un gobierno de la zona euro que podría corregir finalmente la política monetarista de la Unión. Lamentablemente nada indica hoy que España, como antes Francia, ose enfrentar el “no” alemán a un gobierno económico europeo de este tipo. Está por lo tanto escrito que Bruselas y el Banco Central Europeo, ejerciendo una dura presión sobre España, Grecia y Portugal contribuirán a que los pueblos ya víctimas de la crisis paguen las rigideces del pacto de estabilidad. Δ Sami Naïr. Exdiputado europeo y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Sevilla.
Grano de Arena. ATTAC
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