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El Polo Sur en solitario. Chus Lago. Alpinista
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Chus Lago es una soñadora curtida a base de montañas, hielo y disciplina. En 1999 fue la primera española en alcanzar la cumbre del Everest sin oxígeno. En 2004 terminó el proyecto “Leopardo de las nieves” -coronar los picos más altos de la antigua URSS-, y en enero del 2009 se convirtió en la primera española en alcanzar el Polo Sur en solitario. Detrás de la crudeza de esta hazaña existió otro viaje, más interno y profundo, del que habla en esta entrevista. ![]() -Surgió estando en la Antártida en el año 2004-2005, durante el verano antártico. Yo estaba allí para abrir nuevas rutas en el Monte Vinson y fue desde esa cordillera, la cordillera de Elsworth, desde donde se divisa muy bien lo que es la planicie, el desierto polar. En ese momento el desierto me lanzó un desafío. -Al igual que en el Everest y otras expediciones, encaras este viaje en solitario. ¿Qué te aporta la soledad? -Sobre todo muchísima superación. Es muy emocionante. Adquieres un grado de responsabilidad que raya casi la esquizofrenia, porque como no puedes compartir las decisiones con nadie el grado de responsabilidad es altísimo, y esto hace que la aventura sea muy emocionante. En algún momento puede resultar terrible porque nunca puedes delegar ni cansarte, pero al mismo tiempo es todo muy intenso. “Cuando tienes una expedición a tres años vista, la visualizas desde el principio, aunque esté lejos todavía. A medida que se va acercando es como un haz de luz o un túnel que se va estrechando” ![]() -La verdad es que eso trasciende mucho a tu vida cotidiana. Como siempre he vivido así, porque desde los once años el deporte ha ocupado un gran espacio en mi vida, el resto de tu vida se amolda y hay ciertas cosas que acabas no haciendo. Por ejemplo, no soy una persona que salga con los amigos o vaya al cine por la noche porque tengo que descansar, comer bien, rendir al día siguiente. Te acostumbras a eso. Casi todos los que hacemos estas cosas tenemos un trabajo, rara vez vives exclusivamente de la montaña y eso es un arma de doble filo. Yo siempre he preferido mantener mi autonomía, para no acabar haciendo montaña porque necesitas el dinero, sino porque quieres hacerla. A veces es agobiante porque tienes que dar el cien por cien en tu trabajo y el cien por cien en tu entrenamiento y eso te hace un poquito esclavo de tus objetivos. -Los días previos a una expedición comentas que vas cerrando progresivamente el contacto con tu entorno. ¿Cómo es ese proceso y qué implica? -Cuando tienes una expedición a tres años vista, la visualizas desde el principio, aunque esté lejos todavía. A medida que se va acercando es como un haz de luz o un túnel que se va estrechando, y no es que no pongas atención en el resto de las cosas pero sí notas que te vas centrando cada vez más en eso. Una expedición es muy exigente, sobre todo una de este tipo, que requiere toda tu concentración. Ni se te ocurre por ejemplo ver la tele una hora porque ya ni te interesa, estás todo el tiempo visualizando el objetivo. -Has realizado un documental sobre tu viaje. En él aseguras que la aventura y la vida cotidiana son dos mundos que no se tocan. ¿Por qué? -Yo me he dado cuenta de que cuando vuelvo de una expedición y se la cuento a la gente de aquí no soy capaz de transmitirla al cien por cien. No se acaba de entender por qué algo que no te aporta nada económico, que no puedes vender ni te da un reconocimiento inmediato, pueda ser tan importante. Cuando vuelvo tengo que hablar un lenguaje diferente. No es que la gente no te quiera entender ni escuchar, no es eso; sino que tú misma te das cuenta de que vienes de un rango de sensaciones muy alto de intensidad, la pirámide de preferencias y de principios es otra. Así que cuando llegas te amoldas porque sino estarías fuera del sistema. Aprendes a flexibilizarte para estar más o menos en los dos sitios a la vez pero hay una parte, un iceberg, que se queda dentro de ti. “Llegué a la cima del Monte Vinson el 25 de Diciembre de 2004, cumplía cuarenta años. Y recuerdo lo que había escuchado en el último año: “Venga ya, tienes cuarenta y ahora te va a venir la crisis de no sé que...”. En cambio, yo me sentía todo lo contrario: mucho mejor mentalmente, con más facilidad para asumir grandes proyectos, más segura de mí misma... La verdad, no entendía ese estereotipo” ![]() -A lo largo de todas las expediciones vas notando que las cosas son complejísimas, complicadísimas, ya antes de llegar a la base de la montaña. Luego llegas y dices “a la mierda, si sólo ha subido una tía aquí arriba o si no ha subido ninguna, será porque no ha venido”. Por un lado tienes que intentar no pensar en eso que te han dicho de que las mujeres no pueden y por otro, también te enfrentas a un proceso educacional muy profundo que se transmite con los ojos y te dice que estás fuera del tiesto, fuera de tiempo y de toda lógica. Coincidió que cuando llegué a la cima del Monte Vinson el 25 de Diciembre de 2004, cumplía cuarenta años. Y recuerdo lo que había escuchado en el último año: “Venga ya, tienes cuarenta y ahora te va a venir la crisis de no sé que...”. En cambio, yo me sentía todo lo contrario: mucho mejor mentalmente, con más facilidad para asumir grandes proyectos, más centrada, más segura de mí misma... La verdad, no entendía ese estereotipo, así que cuando llegué a la cima pensé, “da igual que sea la primera española que llega a la Antártida. Me importa una mierda. Lo que me importa es que estoy exactamente donde quiero estar y haciendo lo que quiero hacer”. Me di cuenta de que era libre. Era veinticinco de diciembre y no estaba comiendo tarta en mi casa, sino haciendo algo totalmente excéntrico que no servía para nada más que para mí. Y a pesar de que había cincuenta y cuatro grados bajo cero, un frío mortal de esos en los que sólo puedes estar un segundo, tenía una sensación de plenitud total. -Dices que una expedición es como una reencarnación. ¿Has vivido muchas vidas en lo que llevas recorrido? -Esto se vincula a lo que te decía antes de que son dos mundos que no pueden tocarse. Lo de las reencarnaciones es así; tú sales de aquí y se corta algo. Estás siguiendo una historia en la cual no conoces a la gente que te encuentras, no eres del país al que vas. Estás haciendo cosas totalmente nuevas, aprendiendo nuevas culturas. Es como si entraras en otra vida, en otro mundo distinto y no puedes ir como un turista normal que saca cuatro fotos: “qué bonito es esto”, “qué mal huele aquí”. Es un viaje mucho más profundo. Hay países en los que te sientes como si retrocedieras doscientos años. Por eso, estás viviendo una historia con un rango de intensidad muy grande, y cuando vuelves te lo traes dentro. Es como si fueras testigo de dos realidades. “Cuando vuelvo tengo que hablar un lenguaje diferente. No es que la gente no te quiera entender ni escuchar, no es eso; sino que tú misma te das cuenta de que vienes de un rango de sensaciones muy alto de intensidad. Aprendes a flexibilizar para estar más o menos en los dos sitios a la vez. Pero hay una parte, un iceberg, que se queda dentro de ti” ![]() -La sensación que tengo cuando se acaba una aventura es que algo se muere. Es algo necesario, imagínate: la Antártida, tres años; el Everest, siete años. Desde que lo pensé hasta que llegué a la cima, todos los procesos intermedios, todo es necesario, pero al final estás asistiendo a la muerte de un sueño. -¿Sentiste lo mismo cuando alcanzaste el Polo Sur? -Fue una sensación distinta, aunque paralela a ésa. Recuerdo que la verdadera emoción del Polo Sur no estuvo justo en la llegada, porque allí había gente, estaba toda la base Amundsen-Scott. Había seguridad y civilización, y yo necesito llegar a los sitios sola, o con mi compañero. Así que para mí la auténtica cima fueron dos momentos. Uno, dieciséis kilómetros antes, cuando monté el campamento el último día. Sabía que al día siguiente se iba a acabar todo, y para mí esas horas fueron tremendamente emocionantes. Y después cuando cojo la avioneta de regreso, veo todo el desierto polar y me dice el piloto: ¿Pero tú has visto lo que has recorrido? ¿Has visto que esto es una inmensidad impresionante y que desde arriba ni siquiera se ven tus huellas?. “Me inventaba una historia con todo detalle porque no tenía música ni información de ningún tipo, el paisaje es siempre el mismo, no hay pájaros, no hay plantas, no hay ríos, no pasa absolutamente nada. Vas dentro de un bote al vacío así que ya te puedes inventar una película que te entretenga o te vuelves majara perdida”-En los momentos de sufrimiento, ¿cómo venciste tus propios demonios y saliste adelante? -Eso fue durísimo. Creo que no fue tanto la soledad como la disciplina, porque yo tenía siempre la sensación de ir en un bote pinchado. Llevaba combustible y comida para ciertos días, hiciera el tiempo que hiciera. Así que tenía que recorrer veinticinco kilómetros al día, como estuviese, y eso requería una disciplina bestial. Me levantaba a la una de la mañana, me aseaba, calentaba agua para el desayuno teniendo cuidado de que no se me cayera la tartera, porque entonces tenía que reiniciar la operación y ese día terminaba veinte minutos más tarde. Calentaba agua otra vez para los termos, recogía todo escrupulosamente y desmontaba la tienda siempre con viento. Iba al baño y me colocaba todo lo que me tenía que colocar: el GPS, la brújula y me enganchaba al arnés. Todo esto no podía terminar más tarde de las tres de la mañana, y trece horas más tarde llegaba al siguiente campamento. Durante trece horas tiraba de un trineo y recorría esos kilómetros, sí o sí. Así que en las últimas horas piensas, ¿tienen que ser veinticinco? ¿No pueden ser veinticuatro? Entonces llegas al campamento mareada, montas la tienda, desmontas el trineo, vuelves a calentar agua, comes para no desmayarte... Toda esa disciplina acaba produciéndote ansiedad. Intentaba vencerla saliendo mentalmente de allí, haciendo una especie de desdoblamiento, inventándome una historia con todo detalle que me sacara de aquel lugar. No tenía música ni información de ningún tipo, el paisaje era siempre el mismo, no había pájaros, ni plantas, ni ríos, no pasa absolutamente nada. Vas dentro de un bote al vacío, así que ya te puedes inventar una película que te entretenga o te vuelves majara perdida. “Parece que la Antártida fue el viaje de todos los viajes” ![]() -Comentabas también que tenías la sensación de que todo transcurría dentro de tu cabeza. Ahora desde la distancia, ya en casa, ¿sigues sintiendo lo mismo? -Sí. Todo transcurrió en mi cabeza por esa razón, porque cada día tenía que obligarme a montar una historia. Ahora tengo historias que tienen casi el cariz de recuerdo pero que no fueron ciertas. Parece que la Antártida fue el viaje de todos los viajes por esa razón. Porque recordé toda mi vida, incluso cosas de la infancia. Me di cuenta de que en una montaña es todo mucho más fluido, la información es más inmediata, en cambio allí no. -Me llamó la atención que llevabas detalles como gomas de colores para el pelo o un juego de tabas. ¿Qué te aportaban las cosas pequeñas? -Cuando tú estás en la montaña la compensación es que dentro de tres días llegas al campamento base y puedes ducharte, cambiarte de ropa, hay un cocinero que te prepara la comida, te conectas a internet, hablas con casa... Allí no, todo es absolutamente espartano, y esos pequeños detalles lo humanizan todo. Con una goma de color parece que te has puesto el vestido más increíble. Es absurdo, porque no te va a ver nadie, pero te hace sentir bien. Y las tabas te recuerdan que vienes de otro sitio. Es como si robaras algo de tu otra vida y lo trajeras a ésta. -”Nunca la bandera arriada, nunca la última empresa”. ¿Esta cita es de una Chus Lago en estado puro? -Esta cita pertenece a Ernest Shackleton, un explorador de finales del siglo XIX, principios del XX. Creo que no consiguió llegar nunca a los sitios que se proponía pero sí pasó a la historia por ser un buen líder. Desde el principio hasta el final asumía cada decisión, y ése me parece un lema muy bonito. Cuando llegas a una montaña, ya tienes pensado el próximo reto. Si eres así, siempre serás así. En este momento y por primera vez en mi vida, no tengo retos deportivos, aunque nunca cierro la puerta abierta y digo “ésta es la última”. No sé lo que voy a hacer. Me apetece escribir, hacer otras cosas distintas. Siempre que sean retos, iré a por ellos. Δ Fotos del Polo cedidas por Chus Lago
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