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Una mujer en la cumbre. Edurne Pasabán. Montañera
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![]() Edurne Pasabán es de las que piensa que no merece la pena perder ni la uña del pie por alcanzar la cima de una montaña, pero la realidad es que las altas cumbres del Himalaya ya le han cobrado un precio. En este momento, esta guipuzcoana de 35 años es una de las pocas mujeres del planeta que pueden contar que ha subido al K2. En 2004 coronó su cima y descendió, pero sufrió lo que no había sufrido anteriormente. De su cuerpo perdió dos falanges del pie, pero más dura fue la rehabilitación de su alma. Necesitó casi año y medio para recuperarse a sí misma, a Edurne, la montañera dispuesta a llegar a lo más alto, pero lo hizo con fuerzas renovadas. Dejó atrás su licenciatura en ingeniería industrial y la regencia de un restaurante rural. Y a principios de este año, subiendo al Dhaulagiri, demostró que la decisión de subir los catorce está tomada y ya no está dispuesta a volver atrás. Sólo le faltan tres montañas para terminar: el Annapurna, el Shisha Pangma, y el Kanchenjunga. Este último está previsto para la próxima primavera. Edurne no está sola en la carrera por los catorce: la austriaca Gerlinde Kaltenbrunner y la italiana Nives Meroi persiguen el mismo objetivo. Y aunque la prensa se esfuerza en darle a la competición tintes de gran rivalidad, la realidad es que Pasabán no piensa lo mismo “la rivalidad la crean los medios más que nosotras, que tenemos una buena relación y somos muy amigas”. Como ella misma asegura “al final la montaña es la que manda”, pero su objetivo es terminar este proyecto en 2010. ”Yo no quiero ser un Messner, quiero ser Edurne Pasabán, una chica que escala montañas, que disfruta haciendo esto y que está intentando terminar los catorce ochomiles” ![]() -Soy una persona muy ambiciosa, cuando me pongo un objetivo intento cumplirlo y terminar el proyecto de los catorce es un sueño. Decidí que aquello iba a ser mi trabajo y mi oficio, y una de las cosas que me ha enseñado mi padre es que las cosas que haga, las haga bien y hasta el final. -¿Cuándo tomaste la decisión? -Empecé escalando montañas por hobby. En el año 2001 subí al Everest, mi primer ochomil, pero por aquel entonces aún estaba un poco perdida. No pensaba que viviría de esto, porque es un deporte complicado y no mueve muchos medios económicos ni a mucha gente, así que los primeros años los compaginaba con mi trabajo. Cuando en el año 2004 subí el K2, ya tenía siete ochomiles, y pensé que quizá podría dedicar más tiempo a la montaña, pensar en un proyecto y buscarme la vida en esto. Entonces dejé la línea de ingenieros y me metí en el sector hostelero. No fue fácil, porque los deportistas de élite son muy jóvenes y yo ya tenía veintiséis años, tenía que dejar unos estudios, una carrera... me costó tomar la decisión. Pero creo que en esta vida hay que arriesgarse por algo. ![]() -Tienes que tener las cosas muy claras y saber lo que realmente quieres. Como bien dices, no perder el sentido de todo esto. Yo estoy llegando ahora a un momento en el que todo lo que hago se está profesionalizando mucho, y tiene una gran repercusión mediática, que también es lo que se busca de cara a los sponsors. Pero se trata de encontrar un equilibrio entre todo esto y la montaña. Desde el momento en que te haces mediática, aparecen las críticas y los apoyos. Personalmente me importa lo que diga la gente, pero no dejo que me afecte mucho porque al final la que escalo soy yo, la que siento soy yo y la que voy a la montaña soy yo. El alpinismo que hago, para mí está bien hecho. -¿Dónde reside el valor de un montañero? -Un buen montañero es un buen técnico de montaña, que conoce muy bien el medio. Es una persona que sabe tomar decisiones en los momentos adecuados, que sabe darse la vuelta cuando hay que darla y que respeta muchas cosas dentro de la montaña, sobre todo a las demás personas. Porque puede decir “yo soy capaz de hacer esto pero no todos somos iguales”, para mí el respeto a las personas es lo más importante. ”El K2 fue un punto de inflexión en mi vida, porque cuando tienes un accidente como ése, en el que pierdes los dedos y ves muy cerca la muerte, empiezas a hacer una valoración de todo lo que estás dejando detrás y lo que no” ![]() -Es que la mayoría de las veces los tiros suelen ir por ahí, a menudo te comparan y dicen “es que Messner sí que era un gran escalador”. Pero yo no quiero ser un Messner, yo quiero ser Edurne Pasabán, una chica que escala montañas, que disfruta haciendo esto, que está intentando terminar los catorce ochomiles. Intento que a mí me respeten igual que yo lo hago con los demás. -A menudo reconoces en público la valía de los que te acompañan, sin que por ello desmerezca tu trabajo. ¿Cuál es tu forma de afrontar la montaña? -Para mí es muy importante el equipo. Detrás de mí hay un grupo de personas, trabajamos juntos y, no es que me lleven a espaldas pero sin su trabajo no subiría a la cumbre. Yo lo valoro mucho, sobre todo porque ellos han comprendido algo que no era fácil de entender: el proyecto es que una mujer termine los catorce ochomiles, así que la imagen soy yo. Ellos se quedan en un segundo plano en muchas cosas y están encantados, y encontrar un equipo que piense de esta manera -y más siendo yo una mujer- no es nada fácil. Son supercolegas, tengo el mejor equipo del mundo en ese aspecto. ![]() -El K2 fue un punto de inflexión en mi vida, porque cuando tienes un accidente como ése, en el que pierdes los dedos y ves muy cerca la muerte, empiezas a hacer una valoración de todo lo que estás dejando detrás y lo que no. Entonces tenía treinta años y estaba pasando un momento muy crítico personalmente, un momento en el que ves que a tu alrededor todo el mundo tiene pareja y empieza a tener hijos. ”No hay que tener pánico a la montaña, pero sí respeto”Yo todavía no me ganaba la vida con esto, había estudiado ingeniería y en mi casa había un taller en el que podía trabajar. Pasé un momento de crisis muy grande, tenía que tomar la decisión de seguir con esto o no, llegué incluso a enviar currículos para buscar otros trabajos. Mis amigos me decían que me estaba equivocando, que la montaña era lo mío, que si alguien podía hacerlo era yo. Así que les escuché y aprendí que si alguien tiene capacidad y tiene ilusión, hay que apostar por ello. Y yo lo hice, con mucho apoyo de mi familia, y la verdad es que estoy muy contenta. -¿En algún momento te lo has replanteado? -No, para nada. Además las cosas me han salido bien, pero aunque no fuera así creo que hay que probar de todo en esta vida. Hoy día, con el momento de crisis que estamos pasando, es muy difícil dejar un trabajo, pero hay deportistas o gente que podría hacer otras cosas que no toma esa decisión porque es muy difícil. A esa gente le diría que hay que apostar por lo que te gusta. Yo no sé qué va a pasar el año que viene, porque cuando hay problemas económicos lo primero que recortan son los patrocinios, pero el proyecto lo voy a terminar igual. Y si para conseguirlo hay que volver a trabajar en el restaurante sirviendo platos, habrá que hacerlo. -¿El miedo es un mal compañero de viaje? -Es un acompañante que tiene que estar, porque si eres muy echado para adelante te puedes dar una buena leche. Lo que no hay que tener es pánico, pero sí respeto. -¿Cómo explicar a alguien que nunca ha subido a un ochomil qué se siente ahí arriba? -Es muy difícil. Siempre digo que siento más cuando estoy llegando a los últimos veinte metros que en la misma cumbre, porque ves que vas a llegar, que lo vas a conseguir. Y si alguno de tus compañeros, que ya está en la cumbre, te saluda, se te pone la carne de gallina y te emocionas de verdad. En la cumbre hay mucho nerviosismo y enseguida tienes que bajar. A veces la mejor sensación es en el campo base, porque sabes que has terminado el gran trabajo de tu vida y se te han ido todos los problemas. -En la montaña se forjan amistades muy fuertes, como la que mantienes con Muktuk, el sherpa que te acompaña en tus expediciones desde hace años. ¿Son fruto de vivir juntos situaciones límite? ![]() ”A veces la mejor sensación de la cumbre la tienes en el campo base, porque sabes que has terminado el gran trabajo de tu vida y se te han ido todos los problemas”Estábamos en el campo tres del Dhaulaguiri, nevaba, caían avalanchas por todos los sitios y nuestra tienda se iba poco a poco empequeñeciendo. Él me abrazaba y rezábamos los dos solos en la tienda, eso te une mucho. Diez años después él sigue trabajando con nosotros, y su hijo con quince años ha empezado a venir también. Y todo esto nos une, de la misma forma en que te sientes unida al resto de amigos y compañeros de expedición. -En el camino entre la chica de dieciséis años, que subió el Mont Blanc y el Cervino con sus padres, a la Edurne de ahora, ¿ha cambiado tu forma de sentir la montaña? -Durante todos estos años ha habido bajones y subidas, pero yo creo que no ha cambiado mucho. Ahora mismo disfruto tanto como al principio. Me siento la misma persona, lo que pasa es que quizá con unos objetivos cumplidos. Con dieciséis años no pensaba que estaría escalando montañas de ocho mil metros, ni que me dedicaría cien por cien a esto. Aunque mi hobby se haya convertido en mi profesión intento disfrutar lo mismo que antes. Δ Fotos: Colección Edurne Pasabán
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